Los Cuatro Acuerdos



Título original: The Four Agreements
Editor original: Amber-Allen Publishing, California
Traducción: Luz Hernández
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Al Círculo de Fuego;
los que ya se han ido,
los que están presentes
y los que aún tienen que llegar.
Agradecimientos
Me gustaría expresar mi humilde agradecimiento a Sarita mi
madre, que me enseñó el amor incondicional; a José Luis mi
padre, que me enseñó disciplina; a mi abuelo Leonardo Macías,
que me entregó la llave para acceder a los misterios toltecas, y
a mis hijos Miguel, José Luis y Leonardo.
Deseo expresar mi más profundo afecto y aprecio a Gaya
Jenkins y Trey Jenkins por su dedicación.
Me gustaría hacer extensiva mi más honda gratitud a Janet
Mills, editora y creyente. También estaré permanentemente
agradecido a Ray Chambers por iluminarme el camino.
Me gustaría manifestar mi respeto a mi querida amiga Gini
Gentry, una ”mente”, increíble cuya fe me llegó al corazón.
Me gustaría también reconocer la contribución de las
numerosas personas que generosamente entregaron su tiempo,
su corazón y sus recursos para apoyar estas enseñanzas. Una
lista parcial incluye a Gae Buckley, Teo y Peggy Suey Raess,
Christinea Johnson, Judy “Red'' Fruhbauer, Vicki Molinar, David
y Linda Dibble, Bernadette Vigil, Cynthia Wootton, Alan Clark,
Rita Pisco Rivera, Catherine Chase, Stephanie Bureau, Todd
Kaprielian, Glenna Quigley, Alan Hardman, Cindee Pascoe, Tink
y Chuck Cowgill, Roberto y Diane Paez, Siri Gian Singh Khalsa,
Heather Ash, Larry Andrews, Judy Silver, Carolyn Hipp, Kim
Hofer, Mersedeh Kheradmand, Diana y Sky Ferguson, Keri
Kropidlowski, Steve Hasenburg, Dara Salour, Joaquín Galvan,
Woodie Bobb, Rachel Guerrero, Mark Gershon, Collette
Michaan, Brandt Morgan, Katherine Kilgore (Kitty Kaur), Michael
Gilardy, Laura Haney, Marc Cloptin, Wendy Bobb, Edwardo Fox,
Yari Jaeda, Mary Carroll Nelson, Amari Magdelana, JaneAnn
Dow, Russ Venable, Gu y Maya Khalsa, Mataji Rosita,
Fred y Marion Vatinelli, Diane Laurent, V. J. Polich, Gail Dawn
Price, Barbara Simon, Patti Cake Torres, Kaye Thompson,
Ramin Yazdani, Linda Lightfoot, Terry “Petie'' Gorton, Dorothy
Lee, J. J. Frank Julio Franco, Jennifer y Jeanne Jenkins, George
Gorton, Tita Weems, Shelley Wolf, Gigi Boyce, Morgan
Drasmin, Eddie Von Sonn, Sidney de Jong, Peg Hackett
Cancienne, Germaine Bautista, Pilar Mendoza, Debbie Rund
Caldwell, Bea La Scalla, Eduardo Rabasa y el Cowboy.
Los toltecas
Hace miles de años los toltecas eran conocidos en todo el sur
de México como “mujeres y hombres de conocimiento”. Los
antropólogos han definido a los toltecas como una nación o una
raza, pero de hecho, eran científicos y artistas que formaron una
sociedad para estudiar y conservar el conocimiento espiritual y
las prácticas de sus antepasados. Formaron una comunidad de
maestros (naguales) y estudiantes en Teotihuacán, la ciudad de
las pirámides en las afueras de Ciudad de México, conocida
como el lugar en el que “el hombre se convierte en Dios”.
A lo largo de los milenios los naguales se vieron forzados a
esconder su sabiduría ancestral y a mantener su existencia en
secreto. La conquista europea, unida a un agresivo mal uso del
poder personal por parte de algunos aprendices, hizo necesario
proteger el conocimiento de aquellos que no estaban
preparados para utilizarlo con buen juicio o que hubieran podido
usarlo mal intencionadamente para obtener un beneficio
personal.
Por fortuna, el conocimiento esotérico tolteca fue conservado y
transmitido de una generación a otra por distintos linajes de
naguales. Aunque permaneció oculto en el secreto durante
cientos de años, las antiguas profecías vaticinaban que llegaría
el momento en el que sería necesario devolver la sabiduría a la
gente. Ahora, el doctor Miguel Ruiz, un nagual del linaje de los
Guerreros del Águila, ha sido guiado para divulgar las
poderosas enseñanzas de los toltecas.
El conocimiento tolteca surge de la misma unidad esencial de la
verdad de la que parten todas las tradiciones esotéricas
sagradas del mundo. Aunque no es una religión, respeta a
todos los maestros espirituales que han enseñado en la tierra, y
si bien abarca el espíritu, resulta más preciso describirlo como
una manera de vivir que se distingue por su fácil acceso a la
felicidad y el amor.
INTRODUCCION
Espejo Humeante
Hace tres mil años había un ser humano, igual que tú y que yo,
que vivía cerca de una ciudad rodeada de montañas. Este ser
humano estudiaba para convertirse en un chamán, para
aprender el conocimiento de sus ancestros, pero no estaba
totalmente de acuerdo con todo lo que aprendía. En su corazón
sentía que debía de haber algo más.
Un día, mientras dormía en una cueva, soñó que veía su propio
cuerpo durmiendo. Salió de la cueva a una noche de luna llena.
El cielo estaba despejado y vio una infinidad de estrellas.
Entonces, algo sucedió en su interior que transformó su vida
para siempre. Se miró las manos, sintió su cuerpo y oyó su
propia voz que decía: “Estoy hecho de luz; estoy hecho de
estrellas”.
Miró al cielo de nuevo y se dio cuenta de que no son las
estrellas las que crean la luz, sino que es la luz la que crea las
estrellas. “Todo está hecho de luz –dijo-, y el espacio de en
medio no está vacío” Y supo que todo lo que existe es un ser
viviente, y que la luz es la mensajera de la vida, porque está
viva y contiene toda la información.
Entonces se dio cuenta de que, aunque estaba hecho de
estrellas, él no era esas estrellas. ”Estoy en medio de las
estrellas”, pensó. Así que llamó a las estrellas el tonal y a la luz
que había entre las estrellas el nagual, y supo que lo que
creaba la armonía y el espacio entre ambos es la Vida o Intento.
Sin Vida, el tonal y el nagual no existirían. La Vida es la fuerza
de lo absoluto, lo supremo, la Creadora de todas las cosas.
Esto es lo que descubrió: Todo lo que existe es una
manifestación del ser viviente al que llamamos Dios. Todas las
cosas son Dios. Y llegó a la conclusión de que la percepción
humana es sólo luz que percibe luz. También se dio cuenta de
que la materia es un espejo -todo es un espejo que refleja luz y
crea imágenes de esa luz-, y el mundo de la ilusión, el Sueño,
es tan sólo como un humo que nos impide ver lo que realmente
somos. “Lo que realmente somos es puro amor, pura luz”, dijo.
Este descubrimiento cambió su vida. Una vez supo lo que en
verdad era, miró a su alrededor y vio a otros seres humanos y al
resto de la naturaleza, y le asombró lo que vio. Se vio a sí
mismo en todas las cosas: en cada ser humano, en cada
animal, en cada árbol, en el agua, en la lluvia, en las nubes, en
la tierra... Y vio que la Vida mezclaba el tonal y el nagual de
distintas maneras para crear millones de manifestaciones de
Vida.
En esos instantes lo comprendió todo. Se sentía entusiasmado
y su corazón rebosaba paz. Estaba impaciente por revelar a su
gente lo que había descubierto. Pero no había palabras para
explicarlo. Intentó describirlo a los demás, pero no lo entendían.
Vieron que había cambiado, que algo muy bello irradiaba de sus
ojos y de su voz. Comprobaron que ya no emitía juicios sobre
nada ni nadie. Ya no se parecía a nadie.
Él los comprendía muy bien a todos, pero a él nadie lo
comprendía. Creyeron que era una encarnación de Dios; al
oírlo, él sonrió y dijo: “Es cierto. Soy Dios. Pero vosotros
también lo sois. Todos somos iguales. Somos imágenes de luz.
Somos Dios”. Pero la gente seguía sin entenderlo.
Había descubierto que era un espejo para los demás, un espejo
en el que podía verse a sí mismo. ”Cada uno es un espejo”, dijo.
Se veía en todos, pero nadie se veía a sí mismo en él. Y
comprendió que todos soñaban pero sin tener conciencia de
ello, sin saber lo que realmente eran. No podían verse a ellos
mismos en él porque había un muro de niebla o humo entre los
espejos. Y ese muro de niebla estaba construido por la
interpretación de las imágenes de luz: el Sueño de los seres
humanos.
Entonces supo que pronto olvidaría todo lo que había
aprendido. Quería acordarse de todas las visiones que había
tenido, así que decidió llamarse a sí mismo Espejo Humeante
para recordar siempre que la materia es un espejo y que el
humo que hay en medio es lo que nos impide saber qué somos.
Y dijo: “Soy Espejo Humeante porque me veo en todos
vosotros, pero no nos reconocemos mutuamente por el humo
que hay entre nosotros. Ese humo es el Sueño, y el espejo eres
tú, el soñador”.
Es fácil vivir con los ojos cerrados,
interpretando mal todo lo que se ve...
JOHN LENNON
1
La domesticación
y el sueño del planeta
Lo que ves y escuchas ahora mismo no es más que un sueño.
En este mismo momento estás soñando. Sueñas con el cerebro
despierto.
Soñar es la función principal de la mente, y la mente sueña
veinticuatro horas al día. Sueña cuando el cerebro está
despierto y también cuando está dormido. La diferencia estriba
en que, cuando el cerebro está despierto, hay un marco material
que nos hace percibir las cosas de una forma lineal. Cuando
dormimos no tenemos ese marco, y el sueño tiende a cambiar
constantemente.
Los seres humanos soñamos todo el tiempo. Antes de que
naciésemos, aquellos que nos precedieron crearon un enorme
sueño externo que llamaremos el sueño de la sociedad o el
suero del planeta. El sueño del planeta es el sueño colectivo
hecho de miles de millones de sueños más pequeños, de
sueños personales que, unidos, crean un sueño de una familia,
un sueño de una comunidad, un sueño de una ciudad, un sueño
de un país, y finalmente, un sueño de toda la humanidad. El
sueño del planeta incluye todas las reglas de la sociedad, sus
creencias, sus leyes, sus religiones, sus diferentes culturas y
mane-ras de ser, sus gobiernos, sus escuelas, sus
acontecimientos sociales y sus celebraciones.
Nacemos con la capacidad de aprender a soñar, y los seres
humanos que nos preceden nos enseñan a soñar de la forma
en que lo hace la sociedad. El sueño externo tiene tantas reglas
que, cuando nace un niño, captamos su atención para introducir
estas reglas en su mente. El sueño externo utiliza a mamá y
papá, la escuela y la religión para enseñarnos a soñar.
La atención es la capacidad que tenemos de discernir y
centrarnos en aquello que queremos percibir. Percibimos
millones de cosas simultáneamente, pero utilizamos nuestra
atención para retener en el primer plano de nuestra mente lo
que nos interesa. Los adultos que nos rodeaban captaron
nuestra atención y, por medio de la repetición, introdujeron
información en nuestra mente. Así es como aprendimos todo lo
que sabemos.
Utilizando nuestra atención aprendimos una realidad completa,
un sueño completo. Aprendimos cómo comportarnos en
sociedad: qué creer y qué no creer; qué es aceptable y qué no
lo es; qué es bueno y qué es malo; qué es bello y qué es feo;
qué es correcto y qué es incorrecto. Ya estaba todo allí. Todo el
conocimiento, todos los conceptos y todas las reglas sobre la
manera de comportarse en el mundo.
Cuando íbamos al colegio, nos sentábamos en una silla
pequeña y prestábamos atención a lo que el maestro nos
enseñaba. Cuando íbamos a la iglesia, prestábamos atención a
lo que el sacerdote o el pastor nos decía. La misma dinámica
funcionaba con mamá y papá, y con nuestros hermanos y
hermanas. Todos intentaban captar nuestra atención. También
aprendimos a captar la atención de otros seres humanos y
desarrollamos una necesidad de atención que siempre acaba
siendo muy competitiva. Los niños compiten por la atención de
sus padres, sus profesores, sus amigos: “Mírame! ¡Mira lo que
hago! ¡Eh, que estoy aquí!”. La necesidad de atención se vuelve
muy fuerte y continúa en la edad adulta.
El sueño externo capta nuestra atención y nos enseña qué
creer, empezando por la lengua que hablamos. El lenguaje es el
código que utilizamos los seres humanos para comprendernos y
comunicarnos. Cada letra, cada palabra de cada lengua, es un
acuerdo. Llamamos a esto una página de un libro; la palabra
página es un acuerdo que comprendemos. Una vez
entendemos el código, nuestra atención queda atrapada y la
energía se transfiere de una persona a otra.
Tú no escogiste tu lengua, ni tu religión ni tus valores morales:
ya estaban ahí antes de que nacieras. Nunca tuvimos la
oportunidad de elegir qué creer y qué no creer. Nunca
escogimos ni el más insignificante de estos acuerdos. Ni
siquiera elegimos nuestro propio nombre.
De niños no tuvimos la oportunidad de escoger nuestras
creencias, pero estuvimos de acuerdo con la información que
otros seres humanos nos transmitieron del sueño del planeta.
La única forma de almacenar información es por acuerdo. El
sueño externo capta nuestra atención, pero si no estamos de
acuerdo, no almacenaremos esa información. Tan pronto como
estamos de acuerdo con algo, nos lo creemos, y a eso lo
llamamos “fe”. Tener fe es creer incondicionalmente.
Así es como aprendimos cuando éramos niños. Los niños creen
todo lo que dicen los adultos. Estábamos de acuerdo con ellos,
y nuestra fe era tan fuerte, que el sistema de creencias que se
nos había transmitido controlaba totalmente el sueño de nuestra
vida. No escogimos estas creencias, y aunque quizá nos
rebelamos contra ellas, no éramos lo bastante fuertes para que
nuestra rebelión triunfase. El resultado es que nos rendimos a
las creencias mediante nuestro acuerdo.
Llamo a este proceso “la domesticación de los seres humanos”.
A través de esta domesticación aprendemos a vivir y a soñar.
En la domesticación humana, la información del sueño externo
se transfiere al sueño interno y crea todo nuestro sistema de
creencias. En primer lugar, al niño se le enseña el nombre de
las cosas: mamá, papá, leche, botella... Día a día, en casa, en
la escuela, en la iglesia y desde la televisión, nos dicen cómo
hemos de vivir, qué tipo de comportamiento es aceptable. El
sueño externo nos enseña cómo ser seres humanos. Tenemos
todo un concepto de lo que es una “mujer” y de lo que es un
“hombre”. Y también aprendemos a juzgar: Nos juzgamos a
nosotros mismos, juzgamos a otras personas, juzgamos a
nuestros vecinos...
Domesticamos a los niños de la misma manera en que
domesticamos a un perro, un gato o cualquier otro animal. Para
enseñar a un perro, lo castigamos y lo recompensamos.
Adiestramos a nuestros niños, a quienes tanto queremos, de la
misma forma en que adiestramos a cualquier animal doméstico:
con un sistema de premios y castigos. Nos decían: “Eres un
niño bueno”, o: “Eres una niña buena”, cuando hacíamos lo que
mamá y papá querían que hiciéramos. Cuando no lo hacíamos,
éramos “una niña mala” o “un niño malo”.
Cuando no acatábamos las reglas, nos castigaban; cuando las
cumplíamos, nos premiaban. Nos castigaban y nos premiaban
muchas veces al día. Pronto empezamos a tener miedo de ser
castigados y también de no recibir la recompense, es decir, la
atención de nuestros padres o de otras personas como
hermanos, profesores y amigos. Con el tiempo desarrollamos la
necesidad de captar la atención de los demás para conseguir
nuestra recompensa.
Cuando recibíamos el premio nos sentíamos bien, y por ello,
continuamos haciendo lo que los demás querían que
hiciéramos. Debido a ese miedo a ser castigados y a no recibir
la recompensa, empezamos a fingir que éramos lo que no
éramos, con el único fin de complacer a los demás, de ser lo
bastante buenos para otras personas. Empezamos a actuar
para intentar complacer a mamá y a papá, a los profesores y a
la iglesia. Fingimos ser lo que no éramos porque nos daba
miedo que nos rechazaran. El miedo a ser rechazados se
convirtió en el miedo a no ser lo bastante buenos. Al final,
acabamos siendo alguien que no éramos. Nos convertimos en
una copia de las creencias de mamá, las creencias de papá, las
creencias de la sociedad y las creencias de la religión.
En el proceso de domesticación, perdimos todas nuestras
tendencias naturales. Y cuando fuimos lo bastante mayores
para que nuestra mente lo comprendiera, aprendimos a decir
que no. El adulto decía: “No hagas esto y no hagas lo otro si”.
Nosotros nos rebelábamos y respondíamos: “iNo!”. Nos
rebelábamos para defender nuestra libertad. Queríamos ser
nosotros mismos, pero éramos muy pequeños y los adultos
eran grandes y fuertes. Después de cierto tiempo, empezamos
a sentir miedo porque sabíamos que cada vez que hiciéramos
algo incorrecto recibiríamos un castigo.
La domesticación es tan poderosa que, en un determinado
momento de nuestra vida, ya no necesitamos que nadie nos
domestique. No necesitamos que mamá o papá, la escuela o la
iglesia nos domestiquen. Estamos tan bien entrenados que
somos nuestro propio domador. Somos un animal
autodomesticado. Ahora nos domesticamos a nosotros mismos
según el sistema de creencias que nos transmitieron y utilizando
el mismo sistema de castigo y recompensa. Nos castigamos a
nosotros mismos cuando no seguimos las reglas de nuestro
sistema de creencias; nos premiamos cuando somos “un niño
bueno”, o “una niña buena”.
Nuestro sistema de creencias es como el Libro de la Ley que
gobierna nuestra mente. No es cuestionable; cualquier cosa que
esté en ese Libro de la Ley es nuestra verdad. Basamos todos
nuestros juicios en él, aun cuando vayan en contra de nuestra
propia naturaleza interior. Durante el proceso de domesticación,
se programaron en nuestra mente incluso leyes morales como
los Diez Mandamientos. Uno a uno, todos esos acuerdos
forman el Libro de la Ley y dirigen nuestro sueño.
Hay algo en nuestra mente que lo juzga todo y a todos, incluso
el clima, el perro, el gato... Todo. El Juez interior utiliza lo que
está en nuestro Libro de la Ley para juzgar todo lo que hacemos
y dejamos de hacer, todo lo que pensamos y no pensamos,
todo lo que sentimos y no sentimos. Cada vez que hacemos
algo que va contra el Libro de la Ley, el Juez dice que somos
culpables, que necesitamos un castigo, que debemos sentirnos
avergonzados. Esto ocurre muchas veces al día, día tras día,
durante todos los años de nuestra vida.
Hay otra parte en nosotros que recibe los juicios, y a esa parte
la llamamos “la Víctima”. La Víctima carga con la culpa, el
reproche y la vergüenza. Es esa parte nuestra que dice: “Pobre
de mí! No soy suficientemente bueno, ni inteligente ni atractivo,
y no merezco ser amado. ¡Pobre de mí”. El gran Juez lo
reconoce y dice: “Sí, no vales lo suficiente”. Y todo esto se
fundamenta en un sistema de creencias en el que jamás
escogimos creer. Y el sistema es tan fuerte que, incluso años
después de haber entrado en contacto con nuevos conceptos y
de intentar tomar nuestras propias decisiones, nos damos
cuenta de que esas creencias todavía controlan nuestra vida.
Cualquier cosa que vaya contra el Libro de la Ley hará que
sintamos una extraña sensación en el plexo solar, una
sensación que se llama miedo. Incumplir las reglas del Libro de
la Ley abre nuestras heridas emocionales, y reaccionamos
creando veneno emocional. Dado que todo lo que está en el
Libro de la Ley tiene que ser verdad, cualquier cosa que ponga
en tela de juicio lo que creemos nos hace sentir inseguros.
Aunque el Libro de la Ley esté equivocado, hace que nos
sintamos seguros.
Por este motivo, necesitamos una gran valentía para desafiar
nuestras propias creencias; porque, aunque sepamos que no
las escogimos, también es cierto que las aceptamos. El acuerdo
es tan fuerte, que incluso cuando sabemos que el concepto es
erróneo, sentimos la culpa, el reproche y la vergüenza que
aparecen cuando actuamos en contra de esas reglas.
De la misma forma que el gobierno tiene un Código de Leyes
que dirige el sueño de la sociedad, nuestro sistema de
creencias es el Libro de la Ley que gobierna nuestro sueño
personal. Todas estas leyes existen en nuestra mente, creemos
en ellas, y nuestro Juez interior lo basa todo en ellas. El Juez
decreta y la Víctima sufre la culpa y el castigo. Pero ¿quién dice
que este sueño sea justo? La verdadera justicia consiste en
pagar sólo una vez por cada error. Lo que es verdaderamente
injusto es pagar varias veces por el mismo error.
¿Cuántas veces pagamos por un mismo error? La respuesta es:
miles de veces. El ser humano es el único animal sobre la tierra
que paga miles de veces por el mismo error. Los demás
animales pagan sólo una vez por cada error. Pero nosotros no.
Tenemos una gran memoria. Cometemos una equivocación,
nos juzgamos a nosotros mismos, nos declaramos culpables y
nos castigamos. Si fuese una cuestión de justicia, con eso
bastaría; no necesitamos repetirlo. Pero cada vez que lo
recordamos, nos juzgamos de nuevo, volvemos a considerarnos
cul-pables y nos volvemos a castigar, una y otra vez, y otra, y
otra más. Si estamos casados, también nuestra mujer o nuestro
marido nos recuerda el error, y así volvemos a juzgarnos de
nuevo, nos castigamos otra vez y nos volvemos a sentir
culpables. ¿Acaso es esto justo?
¿Cuántas veces hacemos que nuestra pareja, nuestros hijos o
nuestros padres paguen por el mismo error? Cada vez que
recordamos el error, los culpamos de nuevo y les enviamos todo
el veneno emocional que sentimos frente a la injusticia,
hacemos que vuelvan a pagar por ello. ¿Eso es justicia? El Juez
de la mente está equivocado porque el sistema de creencias, el
Libro de la Ley, es erróneo. Todo el sueño se fundamenta en
una ley falsa. El 95 por ciento de las creencias que hemos
almacenado en nuestra mente no son más que mentiras, y si
sufrimos es porque creemos en todas ellas.
En el sueño del planeta, a los seres humanos les resulta normal
sufrir, vivir con miedo y crear dramas emocionales. El sueño
externo no es un sueño placentero; es un sueño lleno de
violencia, de miedo, de guerra, de injusticia. El sueño personal
de los seres humanos varía, pero en conjunto es una pesadilla.
Si observamos la sociedad humana, comprobamos que es un
lugar en el que resulta muy difícil vivir, porque está gobernado
por el miedo. En el mundo entero, vemos sufrimiento, cólera,
venganza, adicciones, violencia en las calles y una tremenda
injusticia. Esto existe en diferentes niveles en los distintos
países del mundo, pero el miedo controla el sueño externo.
Si comparamos el sueño de la sociedad humana con la
descripción del infierno que las distintas religiones de todo el
mundo han divulgado, descubrimos que son exactamente
iguales. Las religiones dicen que el infierno es un lugar de
castigo, de miedo, de dolor y de sufrimiento, un lugar donde el
fuego te quema. Cada vez que sentimos emociones como la
cólera, los celos, la envidia o el odio, experimentamos un fuego
que arde en nuestro interior. Vivimos en el sueño del infierno.
Si consideramos que el infierno es un estado de ánimo,
entonces nos rodea por todas partes. Tal vez otras personas
nos adviertan que si no hacemos lo que ellas dicen que
deberíamos hacer, iremos al infierno. Pero ya estamos en el
infierno, incluso la gente que nos dice eso. Ningún ser humano
puede condenar a otro al infierno, porque ya estamos en él. Es
cierto que los demás pueden llevarnos a un infierno todavía más
profundo, pero únicamente si nosotros se lo permitimos.
Cada ser humano, hombre o mujer, tiene su sueño personal,
que, al igual que ocurre con el sueño de la sociedad, a menudo
está dirigido por el miedo. Aprendemos a soñar el infierno en
nuestra propia vida, en nuestro sueño personal. El mismo miedo
se manifiesta de distintas maneras en cada persona, por
supuesto, pero todos sentimos cólera, celos, odio, envidia y
otras emociones negativas. Nuestro sueño personal también
puede convertirse en una pesadilla permanente en la que
sufrimos y vivimos en un estado de miedo constante. Sin
embargo, no es necesario que nuestro sueño sea una pesadilla.
Podemos disfrutar de un sueño agradable.
Toda la humanidad busca la verdad, la justicia y la belleza.
Estamos inmersos en una búsqueda eterna de la verdad porque
sólo creemos en las mentiras que hemos almacenado en
nuestra mente. Buscamos la justicia porque en el sistema de
creencias que tenemos no existe. Buscamos la belleza porque,
por muy bella que sea una persona, no creemos que lo sea.
Seguimos buscando y buscando cuando todo está ya en
nosotros. No hay ninguna verdad que encontrar. Dondequiera
que miremos, todo lo que vemos es la verdad, pero debido a los
acuerdos y las creencias que hemos almacenado en nuestra
mente, no tenemos ojos para verla.
No vemos la verdad porque estamos ciegos. Lo que nos ciega
son todas esas falsas creencias que tenemos en la mente.
Necesitamos sentir que tenemos razón y que los demás están
equivocados. Confiamos en lo que creemos, y nuestras
creencias nos invitan a sufrir. Es como si viviésemos en medio
de una bruma que nos impide ver más allá de nuestras propias
narices. Vivimos en una bruma que ni tan siquiera es real. Es un
sueño, nuestro sueño personal de la vida: lo que creemos,
todos los conceptos que tenemos sobre lo que somos, todos los
acuerdos a los que hemos llegado con los demás, con nosotros
mismos e incluso con Dios.
Toda nuestra mente es una bruma que los toltecas llamaron
mitote. Nuestra mente es un sueño en el que miles de personas
hablan a la vez y nadie comprende a nadie. Esta es la condición
de la mente humana: un gran mitote, y así es imposible ver lo
que realmente somos. En la India lo llaman maya, que significa
“ilusión”. Es nuestro concepto de “Yo soy”. Todo lo que creemos
sobre nosotros mismos y el mundo, todos los conceptos y
programas que tenemos en la mente, todo eso es el mitote. Nos
resulta imposible ver quiénes somos verdaderamente; nos
resulta imposible ver que no somos libres.
Esta es la razón por la cual los seres humanos nos resistimos a
la vida. Estar vivos es nuestro mayor miedo. No es la muerte;
nuestro mayor miedo es arriesgarnos a vivir: correr el riesgo de
estar vivos y de expresar lo que realmente somos. Hemos
aprendido a vivir intentando satisfacer las exigencias de otras
personas. Hemos aprendido a vivir según los puntos de vista de
los demás por miedo a no ser aceptados y de no ser lo
suficientemente buenos para otras personas.
Durante el proceso de domesticación, nos formamos una
imagen mental de la perfección con el fin de tratar de ser lo
suficientemente buenos. Creamos una imagen de cómo
deberíamos ser para que los demás nos aceptaran. Intentamos
complacer especialmente a las personas que nos aman, como
papá y mamá, nuestros hermanos y hermanas mayores, los
sacerdotes y los profesores. Al tratar de ser lo suficientemente
buenos para ellos, creamos una imagen de perfección, pero no
encajamos en ella. Creamos esa imagen, pero no es una
imagen real. Bajo ese punto de vista, nunca seremos perfectos.
¡Nunca!
Como no somos perfectos, nos rechazamos a nosotros mismos.
El grado de rechazo depende de lo efectivos que hayan sido los
adultos para romper nuestra integridad. Tras la domesticación,
ya no se trata de que seamos lo suficientemente buenos para
los demás. No somos lo bastante buenos para nosotros mismos
porque no encajamos en nuestra propia imagen de perfección.
Nos resulta imposible perdonarnos por no ser lo que
desearíamos ser, o mejor dicho, por no ser quien creemos que
deberíamos ser. No podemos perdonarnos por no ser perfectos.
Sabemos que no somos lo que creemos que deberíamos ser,
de modo que nos sentimos falsos, frustrados y deshonestos.
Intentamos ocultarnos y fingimos ser lo que no somos. El
resultado es un sentimiento de falta de autenticidad y una
necesidad de utilizar máscaras sociales para evitar que los
demás se den cuenta. Nos da mucho miedo que alguien
descubra que no somos lo que pretendemos ser. También
juzgamos a los demás según nuestra propia imagen de la
perfección, y naturalmente no alcanzan nuestras expectativas.
Nos deshonramos a nosotros mismos sólo para complacer a
otras personas. Incluso llegamos a dañar nuestro cuerpo para
que los demás nos acepten. Vemos a adolescentes que se
drogan con el único fin de no ser rechazados por otros
adolescentes. No son conscientes de que el problema estriba
en que no se aceptan a sí mismos. Se rechazan porque no son
lo que pretenden ser. Desean ser de una manera determinada,
pero no lo son, y esto hace que se sientan culpables y
avergonzados. Los seres humanos nos castigamos a nosotros
mismos sin cesar por no ser como creemos que deberíamos
ser. Nos maltratamos a nosotros mismos y utilizamos a otras
personas para que nos maltraten.
Pero nadie nos maltrata más que nosotros mismos; el Juez, la
Víctima y el sistema de creencias son los que nos llevan a
hacerlo. Es cierto que algunas personas dicen que su marido o
su mujer, su madre o su padre las maltrató, pero sabemos que
nosotros nos maltratamos todavía más. Nuestra manera de
juzgarnos es la peor que existe. Si cometemos un error delante
de los demás, intentamos negarlo y taparlo; pero tan pronto
como estamos solos, el Juez se vuelve tan tenaz y el reproche
es tan fuerte, que nos sentimos realmente estúpidos, inútiles o
indignos.
Nadie, en toda tu vida, te ha maltratado más que tu mismo. El
límite del maltrato que tolerarás de otra persona es exactamente
el mismo al que te sometes tú. Si alguien llega a maltratarte un
poco más, lo más probable es que te alejes de esa persona. Sin
embargo, si alguien te maltrata un poco menos de lo que sueles
maltratarte tú, seguramente continuarás con esa relación y la
tolerarás siempre.
Si te castigas de forma exagerada, es posible que incluso
llegues a tolerar a alguien que te agrede físicamente, te humilla
y te trata como si fueras basura. ¿Por qué? Porque, de acuerdo
con tu sistema de creencias, dices: “Me lo merezco. Esta
persona me hace un favor al estar conmigo. No soy digno de
amor ni de respeto. No soy suficientemente bueno”.
Necesitamos que los demás nos acepten y nos amen, pero nos
resulta imposible aceptarnos y amarnos a nosotros mismos.
Cuanta más autoestima tenemos, menos nos maltratamos. El
abuso de uno mismo nace del autorrechazo, y éste de la
imagen que tenemos de lo que significa ser perfecto y de la
imposibilidad de alcanzar ese ideal. Nuestra imagen de
perfección es la razón por la cual nos rechazamos; es el motivo
por el cual no nos aceptamos a nosotros mismos tal como
somos y no aceptamos a los demás tal como son.
El preludio de un nuevo sueño
Has establecido millares de acuerdos contigo mismo, con otras
personas, con el sueño que es tu vida, con Dios, con la
sociedad, con tus padres, con tu pareja, con tus hijos; pero los
acuerdos más importantes son los que has hecho contigo
mismo. En esos acuerdos te has dicho quién eres, qué sientes,
qué crees y cómo debes comportarte. El resultado es lo que
llamas tu personalidad. En esos acuerdos dices: “Esto es lo que
soy. Esto es lo que creo. Soy capaz de hacer ciertas cosas y
hay otras que no puedo hacer. Esto es real y lo otro es fantasía;
esto es posible y aquello es imposible”.
Un solo acuerdo no sería un gran problema, pero tenemos
muchos acuerdos que nos hacen sufrir, que nos hacen fracasar
en la vida. Si quieres vivir con alegría y satisfacción, debes
hallar la valentía necesaria para romper esos acuerdos que se
basan en el miedo y reclamar tu poder personal. Los acuerdos
que surgen del miedo requieren un gran gasto de energía, pero
los que surgen del amor nos ayudan a conservar nuestra
energía e incluso a aumentarla.
Todos nacemos con una determinada cantidad de poder
personal que se renueva cada día con el descanso.
Desgraciadamente, gastamos todo nuestro poder personal
primero en crear esos acuerdos, y después en mantenerlos. Los
acuerdos a los que hemos llegado consumen nuestro poder
personal, y el resultado es que nos sentimos impotentes. Sólo
nos queda el poder justo para sobrevivir cada día, porque
utilizamos la mayor parte de él en mantener los acuerdos que
nos atrapan en el sueño del planeta. ¿Cómo podemos cambiar
todo el sueño de nuestra vida cuando ni siquiera tenemos poder
para cambiar hasta el acuerdo más insignificante?
Si somos capaces de reconocer que nuestra vida está
gobernada por nuestros acuerdos y el sueño de nuestra vida no
nos gusta, necesitamos cambiar los acuerdos. Cuando
finalmente estemos dispuestos a cambiarlos, habrá cuatro
acuerdos muy poderosos que nos ayudarán a romper aquellos
otros que surgen del miedo y agotan nuestra energía.
Cada vez que rompes un acuerdo, todo el poder que utilizaste
para crearlo vuelve a ti. Si los adoptas, estos cuatro acuerdos
crearán el poder personal necesario para que cambies todo tu
antiguo sistema de acuerdos.
Necesitas una gran voluntad para adoptar los Cuatro Acuerdos,
pero si eres capaz de empezar a vivir con ellos, tu vida se
transformará de una manera asombrosa. Verás cómo el drama
del infierno desaparece delante de tus mismos ojos. En lugar de
vivir en el sueño del infierno, crearás un nuevo sueño: tu sueño
personal del cielo.
2
EL PRIMER ACUERDO
Sé impecable con tus palabras
El Primer Acuerdo es el más importante y también el más difícil
de cumplir. Es tan importante que sólo con él ya serás capaz de
alcanzar el nivel de existencia que yo denomino “el cielo en la
tierra”.
El Primer Acuerdo consiste en ser impecable con tus palabras.
Parece muy simple, pero es sumamente poderoso.
¿Por qué tus palabras? Porque constituyen el poder que tienes
para crear. Son un don que proviene directamente de Dios. En
la Biblia, el Evangelio de San Juan empieza diciendo: “En el
principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo
era Dios”. Mediante las palabras expresas tu poder creativo, lo
revelas todo. Independientemente de la lengua que hables, tu
intención se pone de manifiesto a través de las palabras. Lo que
sueñas, lo que sientes y lo que realmente eres, lo muestras por
medio de las palabras.
No son sólo sonidos o símbolos escritos. Son una fuerza;
constituyen el poder que tienes para expresar y comunicar, para
pensar y, en consecuencia, para crear los acontecimientos de tu
vida. Puedes hablar. ¿Qué otro animal del planeta puede
hacerlo? Las palabras son la herramienta más poderosa que
tienes como ser humano, el instrumento de la magia. Pero son
como una espada de doble filo: pueden crear el sueño más
bello o destruir todo lo que te rodea. Uno de los filos es el uso
erróneo de las palabras, que crea un infierno en vida. El otro es
la impecabilidad de las palabras, que sólo engendrará belleza,
amor y el cielo en la tierra. Según cómo las utilices, las palabras
te liberarán o te esclavizarán aún más de lo que imaginas. Toda
la magia que posees se basa en tus palabras. Son pura magia,
y si las utilizas mal, se convierten en magia negra.
Esta magia es tan poderosa, que una sola palabra puede
cambiar una vida o destruir a millones de personas. Hace años,
en Alemania, mediante el uso de las palabras, un hombre
manipuló a un país entero de gente muy inteligente. Los llevó a
una guerra mundial sólo con el poder de sus palabras.
Convenció a otros para que cometieran los más atroces actos
de violencia. Activó el miedo de la gente, y de pronto, como una
gran explosión, empezaron las matanzas y el mundo estalló en
guerra. En todo el planeta los seres humanos han destruido a
otros seres humanos porque tenían miedo. Las palabras de
Hitler, que se basaban en creencias y acuerdos generados por
el miedo, serán recordadas durante siglos.
La mente humana es como un campo fértil en el que continuamente
se están plantando semillas. Las semillas son opiniones,
ideas y conceptos. Tú plantas una semilla, un pensamiento, y
éste crece. Las palabras son como semillas, ¡y la mente
humana es muy fértil! El único problema es que, con demasiada
frecuencia, es fértil para las semillas del miedo. Todas las
mentes humanas son fértiles, pero sólo para la clase de semilla
para la que están preparadas. Lo importante es descubrir para
qué clase de semillas es fértil nuestra mente, y prepararla para
recibir las semillas del amor.
Fíjate en el ejemplo de Hitler: Sembró todas aquellas semillas
de miedo, que crecieron muy fuertes y consiguieron una
extraordinaria destrucción masiva. Teniendo en cuenta el
pavoroso poder de las palabras, debemos comprender cuál es
el poder que emana de nuestra boca. Si plantamos un miedo o
una duda en nuestra mente, creará una serie interminable de
acontecimientos. Una palabra es como un hechizo, y los
humanos utilizamos las palabras como magos de magia negra,
hechizándonos los unos a los otros imprudentemente.
Todo ser humano es un mago, y por medio de las palabras,
puede hechizar a alguien o liberarlo de un hechizo. Continuamente
estamos lanzando hechizos con nuestras opiniones. Por
ejemplo, me encuentro con un amigo y le doy una opinión que
se me acaba de ocurrir. Le digo: “¡Mmmm! Veo en tu cara el
color de los que acaban teniendo cáncer”. Si escucha esas
palabras y está de acuerdo, desarrollará un cáncer en menos de
un año. Ese es el poder de las palabras.
Durante nuestra domesticación, nuestros padres y hermanos
expresaban sus opiniones sobre nosotros sin pensar. Nosotros
nos creíamos lo que nos decían y vivíamos con el miedo que
nos provocaban sus opiniones, como la de que no servíamos
para nadar, para los deportes o para escribir. Alguien da una
opinión y dice: “¡Mira qué niña tan fea!”. La niña lo oye, se cree
que es fea y crece con esa idea en la cabeza. No importa lo
guapa que sea; mientras mantenga ese acuerdo, creerá que es
fea. Estará bajo ese hechizo.
Las palabras captan nuestra atención, entran en nuestra mente
y cambian por entero, para bien o para mal, nuestras creencias.
Otro ejemplo: Quizás pienses que eres estúpido, y tal vez lo
hayas creído desde siempre. Este acuerdo es muy difícil de
romper, y es posible que te lleve a realizar muchas cosas con el
único fin de convencerte de que realmente eres estúpido.
Puede que hagas algo y te digas a ti mismo: “Me gustaría ser
inteligente, pero debo de ser estúpido, porque si no lo fuera, no
habría hecho esto”. La mente se mueve en cientos de
direcciones diferentes y podríamos pasarnos días enteros
atrapados únicamente por la creencia en nuestra propia
estupidez.
Pero un día alguien capta tu atención y con palabras te hace
saber que no eres estúpido. Crees lo que esa persona dice y
llegas a un nuevo acuerdo. Y el resultado es que dejas de
sentirte o de actuar como un estúpido. Se ha roto todo el
hechizo sólo con la fuerza de las palabras. Y a la inversa, si
crees que eres estúpido y alguien capta tu atención y te dice:
“Sí, realmente eres la persona más estúpida que jamás he
conocido”, el acuerdo se verá reforzado y se volverá todavía
mas firme.
------
Veamos ahora lo que significa la palabra “impecabilidad”.
Significa “sin pecado”. “Impecable” proviene del latín pecatus,
que quiere decir “pecado”. El im significa “sin”, de modo que
“impecable” quiere decir “sin pecado”. Las religiones hablan del
pecado y de los pecadores, pero entendamos qué significa
realmente pecar. Un pecado es cualquier cosa que haces y que
va contra ti. Todo lo que sientas, creas o digas que vaya contra
ti es un pecado. Vas contra ti cuando te juzgas y te culpas por
cualquier cosa. No pecar es hacer exactamente lo contrario. Ser
impecable es no ir contra ti mismo. Cuando eres impecable,
asumes la responsabilidad de tus actos, pero sin Juzgarte ni
culparte.
Desde este punto de vista, todo el concepto de pecado deja de
ser algo moral o religioso para convertirse en una cuestión de
puro sentido común. El pecado empieza con el rechazo de uno
mismo. El mayor pecado que cometes es rechazarte a ti mismo.
En términos religiosos, el autorrechazo es un “pecado mortal”,
es decir que te conduce a la muerte. En cambio, la
impecabilidad te conduce a la vida.
Ser impecable con tus palabras es no utilizarlas contra ti mismo.
Si te veo en la calle y te llamo estúpido, puede parecer que
utilizo esa palabra contra ti, pero en realidad la utilizo contra mí
mismo, porque tú me odiarás por ello y tu odio no será bueno
para mí. Por lo tanto, si me enfurezco y con mis palabras te
envío todo mi veneno emocional, las estoy utilizando en mi
contra.
Si me amo a mí mismo, expresaré ese amor en mis relaciones
contigo y seré impecable con mis palabras, porque la acción
provoca una reacción semejante. Si te amo, tú me amarás. Si te
insulto, me insultarás. Si siento gratitud por ti, tu la sentirás por
mí. Si soy egoísta contigo, tú lo serás conmigo. Si utilizo mis
palabras para hechizarte, tú emplearás las tuyas para
hechizarme a mí.
Ser impecable con tus palabras significa utilizar tu energía
correctamente, en la dirección de la verdad y del amor por ti
mismo. Si llegas a un acuerdo contigo para ser impecable con
tus palabras, eso bastará para que la verdad se manifieste a
través de ti y limpie todo el veneno emocional que hay en tu
interior. Pero llegar a este acuerdo es difícil, porque hemos
aprendido a hacer precisamente todo lo contrario. Hemos
aprendido a hacer de la mentira un hábito al comunicarnos con
los demás, y aún más importante, al hablar con nosotros
mismos. No somos impecables con nuestras palabras.
En el infierno, el poder de las palabras se emplea de un modo
totalmente erróneo. Las usamos para maldecir, para culpar,
para reprochar, para destruir. También las utilizamos
correctamente, por supuesto, pero no lo hacemos muy a
menudo. Por lo general, empleamos las palabras para propagar
nuestro veneno personal: para expresar rabia, celos, envidia y
odio. Las palabras son pura magia -el don más poderoso que
tenemos como seres humanos- y las utilizamos contra nosotros
mismos. Planeamos vengarnos y creamos caos con las
palabras. Las usamos para fomentar el odio entre las distintas
razas, entre diferentes personas, entre las familias, entre las
naciones... Hacemos un mal uso de las palabras con gran
frecuencia, y así es como creamos y perpetuamos el sueño del
infierno. Con el uso erróneo de las palabras, nos perjudicamos
los unos a los otros y nos mantenemos mutuamente en un
estado de miedo y duda. Dado que las palabras son la magia
que poseemos los seres humanos y su uso equivocado es
magia negra, utilizamos la magia negra constantemente sin
tener la menor idea de ello.
Por ejemplo, había una vez una mujer inteligente y de gran
corazón. Esta mujer tenla una hija a la que adoraba. Una noche
llegó a casa después de un duro día de trabajo, muy cansada,
tensa y con un terrible dolor de cabeza. Quería paz y
tranquilidad, pero su hija saltaba y cantaba alegremente. No era
consciente de cómo se sentía su madre; estaba en su propio
mundo, en su propio sueño. Se sentía de maravilla y saltaba y
cantaba cada vez más fuerte, expresando su alegría y su amor.
Cantaba tan fuerte que el dolor de cabeza de su madre aún
empeoró más, hasta que, en un momento determinado, la
madre perdió el control. Miró muy enfadada a su preciosa hija y
le dijo: “¡Cállate! Tienes una voz horrible. ¿Es que no puedes
estar callada”?.
Lo cierto es que, en ese momento, la tolerancia de la madre
frente a cualquier ruido era inexistente; no era que la voz de su
hija fuera horrible. Pero la hija creyó lo que le dijo su madre y
llegó a un acuerdo con ella misma. Después de esto ya no
cantó más, porque creía que su voz era horrible y que
molestaría a cualquier persona que la oyera. En la escuela se
volvió tímida, y si le pedían que cantase, se negaba a hacerlo.
Incluso hablar con los demás se convirtió en algo difícil. Eñe
nuevo acuerdo hizo que todo cambiase para esa niña: creyó
que debía reprimir sus emociones para que la aceptasen y la
amasen.
Siempre que escuchamos una opinión y la creemos, llegamos a
un acuerdo que pasa a formar parte de nuestro sistema de
creencias. La niña creció, y aunque tenía una bonita voz, nunca
volvió a cantar. Desarrolló un gran complejo a causa de un
hechizo, un hechizo lanzado por la persona que más la quería:
su propia madre, que no se dio cuenta de lo que había hecho
con sus palabras. No se dio cuenta de que había utilizado
magia negra y había hechizado a su hija. Desconocía el poder
de sus palabras, y por consiguiente no se la puede culpar. Hizo
lo que su propia madre, su padre y otras personas habían
hecho con ella de muchas maneras diferentes: utilizar mal sus
palabras.
¿Cuántas veces hacemos lo mismo con nuestros propios hijos?
Les lanzamos opiniones de este tipo y ellos cargan con esa
magia negra durante años y años. Las personas que nos
quieren emplean magia negra con nosotros, pero no saben lo
que hacen. Por ello debemos perdonarlos, porque no saben lo
que hacen.
Otro ejemplo: Te despiertas por la mañana sintiéndote muy
contenta. Te sientes tan bien, que te pasas dos horas delante
del espejo arreglándote. Entonces, una de tus mejores amigas
te dice: “¿Qué te ha pasado? Estás horrorosa. Mira tu vestido;
haces el ridículo”. Ya está; con eso es suficiente para enviarte a
lo más profundo del infierno. Quizás esa amiga te hizo este
comentario sólo para herirte, y lo consiguió. Te dio una opinión
que llevaba tras ella todo el poder de sus palabras. Si aceptas
esa opinión, se convierte en un acuerdo, y entonces tú misma
pones todo tu poder en esa opinión, que se convierte en magia
negra.
Los hechizos de este tipo son difíciles de romper. La única
manera de deshacer un hechizo es llegar a un nuevo acuerdo
que se base en la verdad. La verdad es el aspecto más
importante del hecho de ser impecable con tus palabras. La
espada tiene dos filos: en uno están las mentiras que crean la
magia negra, y en el otro, está la verdad que tiene el poder de
deshacer los hechizos. Sólo la verdad nos hará libres.
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Considera las relaciones humanas diarias, e imagínate cuántas
veces nos lanzamos hechizos los unos a los otros con nuestras
palabras. Con el tiempo, esto se ha convertido en la peor forma
de magia negra: son los chismes.
Los chismes son magia negra de la peor clase, porque son puro
veneno. Aprendimos a contar chismes por acuerdo. De niños,
escuchábamos a los adultos que nos rodeaban chismorrear sin
parar y expresar abiertamente su opinión sobre otras personas.
Incluso opinaban sobre gente a la que no conocían. Mediante
esas opiniones, transferían su veneno emocional, y nosotros
aprendimos que esta era la manera normal de comunicarse.
Contar chismes se ha convertido en la principal forma de
comunicación en la sociedad humana. Es la manera que
utilizamos para sentirnos cerca de otras personas, porque ver
que alguien se siente tan mal como nosotros, nos hace sentir
mejor.
Hay una vieja expresión que dice: “A la miseria le gusta estar
acompañada”, y la gente que sufre en el infierno no quiere estar
sola. El miedo y el sufrimiento son un aspecto importante del
sueño del planeta; son la razón de que ese sueño nos continúe
reprimiendo.
Si hacemos una analogía y comparamos la mente humana con
un ordenador, el chismorreo es comparable a un virus
informático, que no es más que un programa escrito en el
mismo lenguaje que los demás, pero con una intención dañina.
Se introduce en el ordenador cuando menos te lo esperas, y en
la mayoría de los casos, sin que ni siquiera te des cuenta. Una
vez se ha introducido en él, tu ordenador no va demasiado bien
o no funciona en absoluto, porque todo se lía y hay tal cantidad
de mensajes contradictorios que resulta imposible obtener
resultados satisfactorios.
El chismorreo entre los seres humanos funciona de la misma
manera. Por ejemplo, empiezas un curso con un nuevo
profesor; es algo que esperabas desde hace mucho tiempo. El
primer día te encuentras con alguien que anteriormente asistió a
ese curso y te dice: “¡Ese profesor es un pedante y un pelmazo!
No tiene ni idea, y además, es un pervertido, de modo que ve
con cuidado”.
Las palabras de esa persona y las emociones que te transmitió
cuando te hizo este comentario se te quedan inmediatamente
grabadas; sin embargo, no eres consciente de qué motivos
tenía para hacértelo. Quizás estaba enfadada por haber
suspendido, o simplemente hacía suposiciones fundamentadas
en el miedo y los prejuicios. Pero dado que has aprendido a
ingerir información como un niño, parte de ti cree el chisme. Y
en la clase, mientras el profesor habla, sientes que el veneno
aparece en tu interior y te resulta imposible comprender que lo
ves a través de los ojos de la persona que te fue con el chisme.
Entonces, empiezas a hablar de ello con los otros integrantes
del curso, hasta que acaban por ver al profesor del mismo
modo: como un pelmazo y un pervertido. Realmente no
soportas estar ahí, y pronto decides dejar de ir. Culpas al
profesor, pero el culpable es el chisme.
Un pequeño virus informático es capaz de generar un lío de
este tipo. Una mínima información errónea puede estropear la
comunicación entre las personas e infectar a todos aquellos que
toca, que a su vez contagian a más gente. Imagínate que
cuando otras personas te cuentan chismes, introducen virus
informáticos en tu mente que hacen que pienses cada vez con
menor claridad. Después imagina que, en un esfuerzo por
aclarar tu propia confusión y para aliviarte del veneno, tú
también chismorreas y contagias estos virus a otras personas.
Ahora, imagínate que esta pauta prosigue en una cadena
interminable entre todos los seres humanos de la Tierra. El
resultado es un mundo lleno de personas que sólo pueden
obtener información a través de circuitos que están obstruidos
por un virus venenoso y contagioso. Una vez más, este virus es
lo que los toltecas denominaron mitote el caos de miles de
voces distintas que intentan hablar al mismo tiempo en la
mente.
Aún peores son los magos negros o “piratas informáticos”, que
extienden el virus intencionadamente. Recuerda alguna ocasión
en la que tú mismo (o alguien que conozcas) estabas furioso
con otra persona y deseabas vengarte de ella. Para hacerlo, le
dijiste algo con la intención de esparcir el veneno y conseguir
que se sintiera mal consigo misma. De niños actuamos de este
modo casi sin darnos cuenta, pero a medida que vamos
creciendo, nuestros esfuerzos por desprestigiar a la gente son
mucho más calculados. Entonces, nos mentimos a nosotros
mismos y nos decimos que la persona en cuestión recibió un
justo castigo por su maldad.
Cuando contemplamos el mundo a través de un virus
informático, resulta fácil justificar incluso el comportamiento más
cruel. No somos conscientes de que el mal uso de nuestras
palabras nos hace caer más profundamente en el infierno.
------
Durante años, las palabras de los demás nos han transmitido
chismes y nos han lanzado hechizos, pero lo mismo ha hecho la
manera en que utilizamos las palabras con nosotros mismos.
Nos hablamos constantemente, y la mayor parte del tiempo
decimos cosas como: “Estoy gordo. Soy feo. Me hago viejo. Me
estoy quedando calvo. Soy estúpido, nunca entiendo nada.
Nunca seré lo suficientemente bueno. Nunca seré perfecto”.
¿Ves de qué modo utilizamos las palabras contra nosotros
mismos? Es necesario que empecemos a comprender lo que
son las palabras y lo que hacen. Si entiendes el Primer Acuerdo
(Sé impecable con tus palabras), verás cuántos cambios
ocurren en tu vida. En primer lugar, cambios en tu manera de
tratarte y en tu forma de tratar a otras personas, especialmente
aquellas a las que más quieres.
Piensa en las innumerables veces que has explicado chismes
sobre el ser que más amas para conseguir que otras personas
apoyasen tu punto de vista. ¿Cuántas veces has captado la
atención de otras personas y has esparcido veneno sobre un
ser amado para hacer que tu opinión pareciese correcta? Tu
opinión no es más que tu punto de vista, y no tiene por qué ser
necesariamente verdad. Tu opinión proviene de tus creencias,
de tu ego y de tu propio sueño. Creamos todo ese veneno y lo
esparcimos entre otras personas sólo para sentir que nuestro
punto de vista es correcto.
Si adoptamos el Primer Acuerdo y somos impecables con
nuestras palabras, cualquier veneno emocional acabará por
desaparecer de nuestra mente y dejaremos de transmitirlo en
nuestras relaciones personales, incluso con nuestro perro 0
nuestro gato.
La impecabilidad de tus palabras también te proporcionará
inmunidad frente a cualquier persona que te lance un hechizo.
Solamente recibirás una idea negativa si tu mente es un campo
fértil para ella.
Cuando eres impecable con tus palabras, tu mente deja de ser
un campo fértil para las palabras que surgen de la magia negra,
pero sí lo es para las que surgen del amor. Puedes medir la
impecabilidad de tus palabras a partir de tu nivel de autoestima.
La cantidad de amor que sientes por ti es directamente
proporcional a la calidad e integridad de tus palabras. Cuando
eres impecable con tus palabras, te sientes bien, eres feliz y
estás en paz.
Puedes trascender el sueño del infierno sólo con llegar al
acuerdo de ser impecable con tus palabras. Ahora mismo estoy
plantando una semilla en tu mente. Que crezca o no, dependerá
de lo fértil que sea tu mente para recibir las semillas del amor.
Tú decides si llegas o no a establecer este acuerdo contigo
mismo: Soy impecable con mis palabras. Nutre esta semilla, y a
medida que crezca en tu mente, generará más semillas de amor
que reemplazarán a las del miedo.
El Primer Acuerdo cambiará el tipo de semillas para las que tu
mente resulta fértil.
Sé impecable con tus palabras. Este es el primer acuerdo al que
debes llegar si quieres ser libre, ser feliz y trascender el nivel de
existencia del infierno. Es muy poderoso. Utiliza tus palabras
apropiadamente. Empléalas para compartir tu amor. Usa la
magia blanca empezando por ti. Dite a ti mismo que eres una
persona maravillosa, fantástica. Dite cuánto te amas. Utiliza las
palabras para romper todos esos pequeños acuerdos que te
hacen sufrir.
Es posible. Lo es porque yo mismo lo hice y no soy mejor que
tú. Somos exactamente iguales. Tenemos el mismo tipo de
cerebro, el mismo tipo de cuerpo; somos seres humanos. Si yo
fui capaz de romper esos acuerdos y crear otros nuevos,
también tú puedes hacerlo. Si yo soy impecable con mis
palabras, ¿por qué no tú? Este acuerdo, por sí solo, es capaz
de cambiar toda tu vida. La impecabilidad de tus palabras te
llevará a la libertad personal, al éxito y a la abundancia; hará
que el miedo desaparezca y lo transformará en amor y alegría.
Imagínate lo que es posible crear sólo con la impecabilidad de
las palabras. Trascenderás el sueño del miedo y llevarás una
vida diferente. Podrás vivir en el cielo en medio de miles de
personas que viven en el infierno, porque serás inmune a él.
Alcanzarás el reino de los cielos con este acuerdo: Sé
impecable con tus palabras.
3
EL SEGUNDO ACUERDO
No te tomes nada personalmente
Los tres acuerdos siguientes nacen, en realidad, del primero. El
Segundo Acuerdo consiste en no tomarte nada personalmente.
Suceda lo que suceda a tu alrededor, no te lo tomes
personalmente. Utilizando un ejemplo anterior, si te encuentro
en la calle y te digo: “¡Eh, eres un estúpido!”, sin conocerte, no
me refiero a ti, sino a mí. Si te lo tomas personalmente, tal vez
te creas que eres un estúpido. Quizá te digas a ti mismo:
“¿Cómo lo sabe? ¿Acaso es clarividente o es que todos pueden
ver lo estúpido que soy?”.
Te lo tomas personalmente porque estás de acuerdo con
cualquier cosa que se diga. Y tan pronto como estás de
acuerdo, el veneno te recorre y te encuentras atrapado en el
sueño del infierno. El motivo de que estés atrapado es lo que
llamamos “la importancia personal”. La importancia personal, o
el tomarse las cosas personalmente, es la expresión máxima
del egoísmo, porque consideramos que todo gira a nuestro
alrededor. Durante el periodo de nuestra educación (o de
nuestra domesticación), aprendimos a tomarnos todas las cosas
de forma personal. Creemos que somos responsables de todo.
iYo, yo, yo y siempre yo!
Nada de lo que los demás hacen es por ti. Lo hacen por ellos
mismos. Todos vivimos en nuestro propio sueño, en nuestra
propia mente; los demás están en un mundo completamente
distinto de aquel en que vive cada uno de nosotros. Cuando nos
tomamos personalmente lo que alguien nos dice, suponemos
que sabe lo que hay en nuestro mundo e intentamos
imponérselo por encima del suyo.
Incluso cuando una situación parece muy personal, por ejemplo
cuando alguien te insulta directamente, eso no tiene nada que
ver contigo. Lo que esa persona dice, lo que hace y las
opiniones que expresa responden a los acuerdos que ha
establecido en su propia mente. Su punto de vista surge de toda
la programación que recibió durante su domesticación.
Si alguien te da su opinión y te dice: “¡Oye, estás muy gordo!”,
no te lo tomes personalmente, porque la verdad es que se
refiere a sus propios sentimientos, creencias y opiniones. Esa
persona intentó enviarte su veneno, y si te lo tomas
personalmente, lo recoges y se convierte en tuyo. Tomarse las
cosas personalmente te convierte en una presa fácil para esos
depredadores, los magos negros. Les resulta fácil atraparte con
una simple opinión, después te alimentan con el veneno que
quieren, y como te lo tomas personalmente, te lo tragas sin
rechistar.
Te comes toda su basura emocional y la conviertes en tu propia
basura. Pero si no te lo tomas personalmente, serás inmune a
todo veneno aunque te encuentres en medio del infierno. Esa
inmunidad es un don de este acuerdo.
Cuando te tomas las cosas personalmente, te sientes ofendido
y reaccionas defendiendo tus creencias y creando conflictos.
Haces una montaña de un grano de arena porque sientes la
necesidad de tener razón y de que los demás estén
equivocados. También te esfuerzas en demostrarles que tienes
razón dando tus propias opiniones. Del mismo modo, cualquier
cosa que sientas o hagas no es más que una proyección de tu
propio sueño personal, un reflejo de tus propios acuerdos. Lo
que dices, lo que haces y las opiniones que tienes se basan en
los acuerdos que tú has establecido, y no tienen nada que ver
conmigo.
Lo que pienses de mí no es importante para mí y no me lo tomo
personalmente. Cuando la gente me dice: “Miguel, eres el
mejor”, no me lo tomo personalmente, y tampoco lo hago
cuando me dice: “Miguel, eres el peor”. Sé que cuando estés
contento, me dirás: “Miguel, eres un ángel”. Pero cuando estés
enfadado conmigo, me dirás: “iOh, Miguel, eres un demonio!
Eres repugnante. ¿Cómo puedes decir esas cosas?”. Ninguno
de los dos comentarios me afecta porque yo sé lo que soy. No
necesito que me acepten. No necesito que nadie me diga:
“¡Miguel, qué bien lo haces!”, o: “¡Cómo eres capaz de hacer
eso!”.
No, no me lo tomo personalmente. Pienses lo que pienses,
sientas lo que sientas, sé que se trata de tu problema y no del
mío. Es tu manera de ver el mundo. No me lo tomo de un modo
personal porque te refieres a ti mismo y no a mí. Los demás
tienen sus propias opiniones según su sistema de creencias, de
modo que nada de lo que piensen de mí estará realmente
relacionado conmigo, sino con ellos.
Es posible que incluso me digas: “Miguel, lo que dices me
duele”. Pero lo que te duele no es lo que yo digo, sino las
heridas que tienes y que yo he rozado con lo que he dicho. Eres
tú mismo quien se hace daño. No me lo puedo tomar
personalmente en modo alguno, y no porque no crea ni confíe
en ti, sino porque sé que ves el mundo con distintos ojos, con
los tuyos. Creas una película entera en tu mente, y en ella tú
eres el director, el productor y el protagonista. Todos los demás
tenemos papeles secundarios. Es tu película.
La manera en que ves esa película se basa en los acuerdos
que has establecido con la vida. Tu punto de vista es algo
personal tuyo. No es la verdad de nadie más que de ti. Por
consiguiente, si te enfadas conmigo, sé que eso está
relacionado contigo. Yo soy la excusa para que tú te enfades. Y
te enfadas porque tienes miedo, porque te enfrentas a tu miedo.
Si no tuvieras miedo, no te enfadarías conmigo en modo alguno.
Si no tuvieras miedo, no me odiarías en modo alguno. Si no
tuvieras miedo, no estarías triste ni celoso en modo alguno.
Si vives sin miedo, si amas, no hay lugar para ninguna de esas
emociones. Si no tienes ninguna de esas emociones,
lógicamente te sientes bien. Cuando te sientes bien, todo lo que
te rodea está bien. Cuando todo lo que te rodea es magnífico,
todo te hace feliz. Amas todo lo que te rodea porque te amas a
ti mismo, porque te gusta como eres, porque estás contento
contigo mismo, porque te sientes feliz con tu vida. Estás
satisfecho con la película que té mismo produces y con los
acuerdos que has establecido con la vida. Estás en paz y eres
feliz. Vives en ese estado de dicha en el que todo es
verdaderamente maravilloso y bello. En ese estado de dicha,
estableces una relación de amor con todo lo que percibes en
todo momento.
------
Sea lo que sea lo que la gente haga, piense o diga, no te lo
tomes personalmente. Si te dice que eres maravilloso, no lo dice
por ti. Tú sabes que eres maravilloso. No es necesario que otras
personas te lo digan para creerlo. No te tomes nada
personalmente. Aun cuando alguien agarrase una pistola y te
disparase en la cabeza, no sería nada personal. Incluso hasta
ese extremo.
Ni siquiera las opiniones que tienes sobre ti mismo son
necesariamente verdad; por consiguiente, no tienes la menor
necesidad de tomarte cualquier cosa que oigas en tu propia
mente personalmente. La mente tiene la capacidad de hablarse
a sí misma, pero también tiene la capacidad de escuchar la
información que está disponible de otras esferas. Quizás a
veces, cuando oyes una voz en tu mente, te preguntes de
dónde proviene. Es posible que esta voz provenga de otra
realidad en la que existan seres vivos con una mente muy
similar a la humana.
------
Los toltecas denominaron a estos seres “aliados”. En Europa,
África y la India los llamaron “dioses”.
Nuestra mente también existe en el nivel de los dioses, también
vive en esa realidad y es capaz de percibirla. La mente ve con
los ojos y percibe la realidad de cuando estamos despiertos.
Pero también ve y percibe sin los ojos, aunque la razón apenas
es consciente de esta percepción. La mente vive en más de una
dimensión. Es posible que en ocasiones tengas ideas que no se
originan en tu mente, pero las percibes con ella. Tienes derecho
a creer o no lo que esas voces te dicen y a no tomártelo
personalmente. Tenemos la opción de creer o no las voces que
oímos en nuestra propia mente, del mismo modo en que
decidimos qué creer y qué acuerdos tomar en el sueño del
planeta.
La mente también es capaz de hablarse y escucharse a sí
misma. Tu mente está dividida, igual que lo está tu cuerpo. Del
mismo modo en que puedes estrechar con una mano tu otra
mano y sentirla, la mente puede hablar consigo misma. Una
parte de tu mente habla y otra escucha. Cuando muchas partes
de tu mente hablan todas al mismo tiempo, se origina un gran
problema. A esto lo llamamos mitote, ¿recuerdas?
Podemos comparar el mitote con un enorme mercado en el que
miles de personas hablan y hacen trueques a la vez. Cada una
tiene pensamientos y sentimientos diferentes; cada una tiene un
punto de vista distinto. Todos los acuerdos que hemos
establecido -la programación de la mente- no son
necesariamente compatibles entre sí. Cada acuerdo es como un
ser vivo independiente; tiene su propia personalidad y su propia
voz. Hay acuerdos incompatibles, que se contradicen los unos a
los otros, y el conflicto se va extendiendo hasta que estalla una
gran guerra en la mente. El mitote es la razón por la que los
seres humanos apenas saben lo que quieren, cómo lo quieren o
cuándo lo quieren. No están de acuerdo con ellos mismos porque
unas partes de la mente quieren una cosa y otras quieren
exactamente lo contrario.
Una parte de la mente pone objeciones a determinados
pensamientos y actos y otra los apoya. Todos estos pequeños
seres vivientes crean conflictos internos porque están vivos y
cada uno tiene su propia voz. Únicamente si hacemos un
inventario de nuestros acuerdos destaparemos todos los
conflictos de la mente, y con el tiempo llegaremos a extraer
orden del caos del mitote.
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No te tomes nada personalmente porque, si lo haces, te
expones a sufrir por nada. Los seres humanos somos adictos al
sufrimiento en diferentes niveles y distintos grados; nos
apoyamos los unos a los otros para mantener esta adicción.
Hemos acordado ayudarnos mutuamente a sufrir. Si tienes la
necesidad de que te maltraten, será fácil que los demás lo
hagan. Del mismo modo, si estás con personas que necesitan
sufrir, algo en ti hará que las maltrates. Es como si llevasen un
cartel en la espalda que dijera “Patéame, por favor”. Piden una
justificación para su sufrimiento. Su adicción al sufrimiento no es
más que un acuerdo que refuerzan a diario.
Vayas donde vayas, encontrarás a gente que te mentirá, pero a
medida que tu conciencia se expanda, descubrirás que té
también te mientes a ti mismo. No esperes que los demás te
digan la verdad, porque ellos también se mienten a sí mismos.
Tienes que confiar en ti y decidir si crees o no lo que alguien te
dice.
Cuando realmente vemos a los demás tal como son sin
tomárnoslo personalmente, lo que hagan o digan no nos
dañará. Aunque los demás te mientan, no importa. Te mienten
porque tienen miedo. Tienen miedo de que descubras que no
son perfectos. Quitarse la máscara social resulta doloroso. Si
los demás dicen una cosa, pero hacen otra y tú no prestas
atención a sus actos, te mientes a ti mismo. Pero si eres veraz
contigo mismo, te ahorrarás mucho dolor emocional. Decirte la
verdad quizá resulte doloroso, pero no necesitas aferrarte al
dolor. La curación está en camino; que las cosas te vayan mejor
es sólo cuestión de tiempo.
Si alguien no te trata con amor ni respeto, que se aleje de ti es
un regalo. Si esa persona no se va, lo más probable es que
soportes muchos años de sufrimiento con ella. Que se marche
quizá resulte doloroso durante un tiempo, pero finalmente tu
corazón sanará. Entonces, elegirás lo que de verdad quieres.
Descubrirás que, para elegir correctamente, más que confiar en
los demás, es necesario que confíes en ti mismo.
Cuando no tomarte nada personalmente se convierta en un
hábito firme y sólido, te evitarás muchos disgustos en la vida. Tu
rabia, tus celos y tu envidia desaparecerán, y si no te tomas
nada personalmente, incluso tu tristeza desaparecerá.
Si conviertes el Segundo Acuerdo en un hábito, descubrirás que
nada podrá devolverte al infierno. Una gran cantidad de libertad
surge cuando no nos tomamos nada personalmente. Serás
inmune a los magos negros y ningún hechizo te afectará, por
muy fuerte que sea. El mundo entero puede contar chismes
sobre ti, pero si no te los tomas personalmente, serás inmune a
ellos. Alguien puede enviarte veneno emocional de forma
intencionada, pero si no te lo tomas personalmente, no te lo
tragarás. Cuando no tomas el veneno emocional, se vuelve más
nocivo para el que lo envía, pero no para ti.
Ya puedes ver cuán importante es este acuerdo. No tomar nada
personalmente te ayuda a romper muchos hábitos y costumbres
que te mantienen atrapado en el sueño del infierno y te causan
un sufrimiento innecesario. Bastará con practicar el Segundo
Acuerdo para que empieces a romper docenas de pequeños
acuerdos que te hacen sufrir. Y si practicas además el Primer
Acuerdo, romperás el 75 por ciento de estos pequeños
acuerdos que te mantienen atrapado en el infierno.
Escribe este acuerdo en un papel y engánchalo en la nevera
para recordarlo en todo momento: No te tomes nada
personalmente.
Cuando te acostumbres a no tomarte nada personalmente, no
necesitarás depositar tu confianza en lo que hagan o digan los
demás. Bastará con que confíes en ti mismo para elegir con
responsabilidad. Nunca eres responsable de los actos de los
demás; sólo eres responsable de ti mismo. Cuando comprendas
esto, de verdad, y te niegues a tomarte las cosas personalmente,
será muy difícil que los comentarios insensibles o los
actos negligentes de los demás te hieran.
Si mantienes este acuerdo, viajarás por todo el mundo con el
corazón abierto por completo y nadie te herirá. Dirás: “Te amo”,
sin miedo a que te rechacen o te ridiculicen. Pedirás lo que
necesites. Dirás sí o dirás no lo que tú decidas sin culparte ni
juzgarte. Siempre puedes seguir a tu corazón. Si lo haces,
aunque estés en medio del infierno, experimentarás felicidad y
paz interior. Permanecerás en tu estado de dicha y el infierno no
te afectará en absoluto.
4
EL TERCER ACUERDO
No hagas suposiciones
El Tercer Acuerdo consiste en no hacer suposiciones.
Tendemos a hacer suposiciones sobre todo. El problema es
que, al hacerlo, creemos que lo que suponemos es cierto.
Juraríamos que es real. Hacemos suposiciones sobre lo que los
demás hacen o piensan -nos lo tomamos personalmente-, y
después, los culpamos y reaccionamos enviando veneno
emocional con nuestras palabras. Este es el motivo por el cual
siempre que hacemos suposiciones, nos buscamos problemas.
Hacemos una suposición, comprendemos las cosas mal, nos lo
tomamos personalmente y acabamos haciendo un gran drama
de nada.
Toda la tristeza y los dramas que has experimentado tenían sus
raíces en las suposiciones que hiciste y en las cosas que te
tomaste personalmente. Concédete un momento para
considerar la verdad de esta afirmación. Toda la cuestión del
dominio entre los seres humanos gira alrededor de las
suposiciones y el tomarse las cosas personalmente. Todo
nuestro sueño del infierno se basa en ello.
Producimos mucho veneno emocional haciendo suposiciones y
tomándonoslas personalmente, porque, por lo general,
empezamos a chismorrear a partir de nuestras suposiciones.
Recuerda que chismorrear es nuestra forma de comunicarnos y
enviarnos veneno los unos a los otros en el sueño del infierno.
Como tenemos miedo de pedir una aclaración, hacemos
suposiciones y creemos que son ciertas; después, las
defendemos e intentamos que sea otro el que no tenga razón.
Siempre es mejor preguntar que hacer una suposición, porque
las suposiciones crean sufrimiento.
El gran mitote de la mente humana crea un enorme caos que
nos lleva a interpretar y entender mal todas las cosas. Sólo
vemos lo que queremos ver y oímos lo que queremos oír. No
percibimos las cosas tal como son. Tenemos la costumbre de
soñar sin basarnos en la realidad. Literalmente, inventamos las
cosas en nuestra imaginación. Como no entendemos algo,
hacemos una suposición sobre su significado, y cuando la verdad
aparece, la burbuja de nuestro sueño estalla y descubrimos
que no era en absoluto lo que nosotros creíamos.
Un ejemplo: Andas por el paseo y ves a una persona que te
gusta. Se vuelve hacia ti, te sonríe después se aleja. Sólo con
esta experiencia puedes hacer muchas suposiciones. Con ellas
es posible crear toda una fantasía. Y tú verdaderamente quieres
creerte la fantasía y convertirla en realidad. Empiezas a crear un
sueño completo a partir de tus suposiciones, y puede que te lo
creas: “Realmente le gusto mucho”. A partir de esto, en tu
mente empieza una relación entera. Quizás, en tu mundo de
fantasía, hasta llegues a casarte con esa persona. Pero la
fantasía está en tu mente, en tu sueño personal.
Hacer suposiciones en nuestras relaciones significa buscarse
problemas. A menudo, suponemos que nuestra pareja sabe lo
que pensamos y que no es necesario que le digamos lo que
queremos. Suponemos que hará lo que queremos porque nos
conoce muy bien. Si no hace lo que creemos que debería hacer,
nos sentimos realmente heridos y decimos: “Deberías haberlo
sabido”.
Otro ejemplo: Decides casarte y supones que tu pareja ve el
matrimonio de la misma manera que tú. Después, al vivir juntos,
descubres que no es así. Esto crea muchos conflictos; sin
embargo, no intentas clarificar tus sentimientos sobre el
matrimonio. El marido regresa a casa del trabajo. La mujer está
furiosa y el marido no sabe por qué. Quizá sea porque la mujer
hizo una suposición. No le dice a su marido lo que quiere
porque supone que él la conoce tan bien que ya lo sabe, como
si pudiese leer su mente. Se disgusta porque él no satisface sus
expectativas. Hacer suposiciones en las relaciones conduce a
muchas disputas, dificultades y malentendidos con las personas
que supuestamente amamos.
En cualquier tipo de relación, podemos suponer que los demás
saben lo que pensamos y que no es necesario que digamos lo
que queremos. Harán lo que queremos porque nos conocen
muy bien. Si no lo hacen, si no hacen lo que creemos que
deberían hacer, nos sentimos heridos y pensamos: Cómo ha
podido hacer eso, Debería haberlo sabido,'. Suponemos que la
otra persona sabe lo que queremos. Creamos un drama
completo porque hacemos esta suposición y después añadimos
otras más encima de ella.
El funcionamiento de la mente humana es muy interesante.
Necesitamos justificarlo, explicarlo y comprenderlo todo para
sentirnos seguros. Tenemos millones de preguntas que
precisan respuesta porque hay muchas cosas que la mente
racional es incapaz de explicar. No importa si la respuesta es
correcta o no; por sí sola, bastará para que nos sintamos
seguros. Esta es la razón por la cual hacemos suposiciones.
Si los demás nos dicen algo, hacemos suposiciones, y si no nos
dicen nada, también las hacemos para satisfacer nuestra
necesidad de saber y reemplazar la necesidad de
comunicarnos. Incluso si oímos algo y no lo entendemos,
hacemos suposiciones sobre lo que significa, y después,
creemos en ellas. Hacemos todo tipo de suposiciones porque
no tenemos el valor de preguntar.
La mayoría de las veces, hacemos nuestras suposiciones con
gran rapidez y de una manera inconsciente, porque hemos
establecido acuerdos para comunicarnos de esta forma. Hemos
acordado que hacer preguntas es peligroso, y que la gente que
nos ama debería saber qué queremos o cómo nos sentimos.
Cuando creemos algo, suponemos que tenemos razón hasta el
punto de llegar a destruir nuestras relaciones para defender
nuestra posición.
Suponemos que todo el mundo ve la vida del mismo modo que
nosotros. Suponemos que los demás piensan, sienten, juzgan y
maltratan como nosotros lo hacemos. Esta es la mayor suposición
que podemos hacer, y es la razón por la cual nos da
miedo ser nosotros mismos ante los demás, porque creemos
que nos juzgarán, nos convertirán en sus víctimas, nos
maltratarán y nos culparán como nosotros mismos hacemos. De
modo que, incluso antes de que los demás tengan la
oportunidad de rechazarnos, nosotros ya nos hemos rechazado
a nosotros mismos. Así es como funciona la mente humana.
También hacemos suposiciones sobre nosotros mismos, y esto
crea muchos conflictos internos. Por ejemplo, supones que eres
capaz de hacer algo, y después descubres que no lo eres. Te
sobrestimas o te subestimas a ti mismo porque no te has
tomado el tiempo necesario para hacerte preguntas y
contestártelas. Tal vez necesites más datos sobre una situación
en particular. O quizá necesites dejar de mentirte a ti mismo
sobre lo que verdaderamente quieres.
A menudo, cuando inicias una relación con alguien que te
gusta, tienes que justificar por qué te gusta. Sólo ves lo que
quieres ver y niegas que algunos aspectos de esa persona te
disgustan. Te mientes a ti mismo con el único fin de sentir que
tienes razón. Después haces suposiciones, y una de ellas es:
“Mi amor cambiará a esta persona”. Pero no es verdad. Tu amor
no cambiará a nadie. Si las personas cambian es porque
quieren cambiar, no porque tú puedas cambiarlas. Entonces,
ocurre algo entre vosotros dos y te sientes dolido. De pronto,
ves lo que no quisiste ver antes, sólo que ahora está
amplificado por tu veneno emocional. Ahora tienes que justificar
tu dolor emocional y echar la culpa de tus decisiones a los
demás.
No es necesario que justifiquemos el amor; está presente o no
lo está. El amor verdadero es aceptar a los demás tal como son
sin tratar de cambiarlos. Si intentamos cambiarlos significa que,
en realidad, no nos gustan. Por supuesto, si decides vivir con
alguien, si llegas a ese acuerdo, siempre será mejor que esa
persona sea exactamente como tú quieres que sea. Encuentra
a alguien a quien no tengas que cambiar en absoluto. Resulta
mucho más fácil hallar a alguien que ya sea como tú quieres
que sea, que intentar cambiar a una persona. Además, ese
alguien debe quererte tal como eres para no tener que hacerte
cambiar en absoluto. Si otras personas piensan que tienes que
cambiar, eso significa que, en realidad, no te aman tal como
eres. ¿Y para qué estar con alguien si tú no eres tal como
quiere que seas?
Debemos ser quienes somos, de modo que no tenemos que
presentar una falsa imagen. Si me amas tal como soy, muy
bien, tómame. Si no me amas tal como soy, muy bien, adiós.
Búscate a otro. Quizá suene duro, pero este tipo de
comunicación significa que los acuerdos personales que
establecemos con los demás son claros e impecables.
Imagínate tan sólo el día en que dejes de suponer cosas de tu
pareja, y a la larga, de cualquier otra persona de tu vida. Tu
manera de comunicarte cambiará completamente y tus
relaciones ya no sufrirán más a causa de conflictos creados por
suposiciones equivocadas.
La manera de evitar las suposiciones es preguntar. Asegúrate
de que las cosas te queden claras. Si no comprendes alguna,
ten el valor de preguntar hasta clarificarlo todo lo posible, e
incluso entonces, no supongas que lo sabes todo sobre esa
situación en particular. Una vez escuches la respuesta, no
tendrás que hacer suposiciones porque sabrás la verdad.
Asimismo, encuentra tu voz para preguntar lo que quieres. Todo
el mundo tiene derecho a contestarte “sí” o “no”, pero tú siempre
tendrás derecho a preguntar. Del mismo modo, todo el mundo
tiene derecho a preguntarte y tú tienes derecho a contestar “sí”
o “no”.
Si no entiendes algo, en lugar de hacer una suposición, es
mejor que preguntes y que seas claro. El día que dejes de hacer
suposiciones, te comunicarás con habilidad y claridad, libre de
veneno emocional. Cuando ya no hagas suposiciones, tus
palabras se volverán impecables.
Con una comunicación clara, todas tus relaciones cambiarán,
no sólo la que tienes con tu pareja, sino también todas las
demás. No será necesario que hagas suposiciones porque todo
se volverá muy claro. Esto es lo que yo quiero, y esto es lo que
tú quieres. Si nos comunicamos de esta manera, nuestras
palabras se volverán impecables. Si todos los seres humanos
fuésemos capaces de comunicarnos de esta manera, con la
impecabilidad de nuestras palabras, no habría guerras, ni
violencia ni disputas. Sólo con que fuésemos capaces de tener
una comunicación buena y clara, todos nuestros problemas se
resolverían.
Este es, pues, el Tercer Acuerdo: No hagas suposiciones.
Decirlo es fácil, pero comprendo que hacerlo es difícil. Lo es
porque, muy a menudo, hacemos exactamente lo contrario.
Tenemos todos esos hábitos y rutinas de los que ni tan siquiera
somos conscientes. Tomar conciencia de esos hábitos y
comprender la importancia de este acuerdo es el primer paso,
pero no es suficiente. La idea o la información es sólo una
semilla en la mente. Lo que realmente hará que las cosas
cambien es la acción. Actuar una y otra vez fortalece tu
voluntad, nutre la semilla y establece una base sólida para que
el nuevo hábito se desarrolle. Tras muchas repeticiones, estos
nuevos acuerdos se convertirán en parte de ti mismo y verás
cómo la magia de tus palabras hará que dejes de ser un mago
negro para convertirte en un mago blanco.
Un mago blanco utiliza las palabras para crear, dar, compartir y
amar. Si haces un hábito de este acuerdo, transformarás
completamente tu vida.
Cuando transformas todo tu sueño, la magia aparece en tu vida.
Lo que necesitas te llega con gran facilidad porque el espíritu se
mueve libremente en ti. Esta es la maestría del intento, del
espíritu, del amor, de la gratitud y de la vida. Este es el objetivo
del tolteca. Este es el camino hacia la libertad personal.
5
EL CUARTO ACUERDO
Haz siempre lo máximo que puedas
Sólo hay un acuerdo más, pero es el que permite que los otros
tres se conviertan en hábitos profundamente arraigados. El
Cuarto Acuerdo se refiere a la realización de los tres primeros:
Haz siempre lo máximo que puedas.
Bajo cualquier circunstancia, haz siempre lo máximo que
puedas, ni más ni menos. Pero piensa que eso va a variar de un
momento a otro. Todas las cosas están vivas y cambian
continuamente, de modo que, en ocasiones, lo máximo que
podrás hacer tendrá una gran calidad, y en otras no será tan
bueno. Cuando te despiertas renovado y lleno de vigor por la
mañana, tu rendimiento es mejor que por la noche cuando estás
agotado. Lo máximo que puedas hacer será distinto cuando
estés sano que cuando estés enfermo, o cuando estés sobrio
que cuando hayas bebido. Tu rendimiento dependerá de que te
sientas de maravilla y feliz o disgustado, enfadado o celoso.
En tus estados de ánimo diarios, lo máximo que podrás hacer
cambiará de un momento a otro, de una hora a otra, de un día a
otro. También cambiará con el tiempo. A medida que vayas
adquiriendo el hábito de los cuatro nuevos acuerdos, tu
rendimiento será mejor de lo que solía ser.
Independientemente del resultado, sigue haciendo siempre lo
máximo que puedas, ni más ni menos. Si intentas esforzarte
demasiado para hacer más de lo que puedes, gastarás más
energía de la necesaria, y al final tu rendimiento no será
suficiente. Cuando te excedes, agotas tu cuerpo y vas contra ti,
y por consiguiente te resulta más difícil alcanzar tus objetivos.
Por otro lado, si haces menos de lo que puedes hacer, te
sometes a ti mismo a frustraciones, juicios, culpas y reproches.
Limítate a hacer lo máximo que puedas, en cualquier
circunstancia de tu vida. No importa si estás enfermo o
cansado, si siempre haces lo máximo que puedas, no te
juzgarás a ti mismo en modo alguno. Y si no te juzgas, no te
harás reproches, ni te culparás ni te castigarás en absoluto. Si
haces siempre lo máximo que puedas, romperás el fuerte
hechizo al que estás sometido.
Había una vez un hombre que quería trascender su sufrimiento,
de modo que se fue a un templo budista para encontrar a un
maestro que le ayudase. Se acercó a él y le dijo: “Maestro, si
medito cuatro horas al día, ¿cuánto tiempo tardaré en alcanzar
la iluminación?”. EL maestro le miró y le respondió: “Si meditas
cuatro horas al día, tal vez lo consigas dentro de diez años”.
El hombre, pensando que podía hacer más, le dijo: “Maestro, y
si medito ocho horas al día, ¿cuánto tiempo tardaré en alcanzar
la iluminación?”.
El maestro le miró y le respondió: “Si meditas ocho horas al día,
tal vez lo lograrás dentro de veinte años”.
“Pero ¿por qué tardaré más tiempo si medito más?”, preguntó el
hombre.
El maestro contestó: “No estás aquí para sacrificar tu alegría ni
tu vida. Estás aquí para vivir, para ser feliz y para amar. Si
puedes alcanzar tu máximo nivel en dos horas de meditación,
pero utilizas ocho, sólo conseguirás agotarte, apartarte del
verdadero sentido de la meditación y no disfrutar de tu vida. Haz
lo máximo que puedas, y tal vez aprenderás que
independientemente del tiempo que medites, puedes vivir, amar
y ser feliz”.
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Si haces lo máximo que puedas, vivirás con gran intensidad.
Serás productivo, y serás bueno contigo mismo porque te
entregarás a tu familia, a tu comunidad, a todo. Pero la acción
es lo que te hará sentir inmensamente feliz. Siempre que haces
lo máximo que puedes, actúas. Hacer lo máximo que puedas
significa actuar porque amas hacerlo, no porque esperas una
recompensa. La mayor parte de las personas hacen
exactamente lo contrario: sólo emprenden la acción cuando
esperan una recompensa, y no disfrutan de ella. Y ese es el
motivo por el que no hacen lo máximo que pueden.
Por ejemplo, la mayoría de las personas van a trabajar y
piensan únicamente en el día de pago y en el dinero que
obtendrán por su trabajo. Están impacientes esperando a que
llegue el viernes o el sábado, el día en el que reciben su salario
y pueden tomarse unas horas libres. Trabajan por su
recompensa, y el resultado es que se resisten al trabajo.
Intentan evitar la acción; ésta entonces se vuelve cada vez más
difícil, y esos hombres no hacen lo máximo que pueden.
Trabajan muy duramente durante toda la semana, soportan el
trabajo, soportan la acción, no porque les guste, sino porque
sienten que es lo que deben hacer. Tienen que trabajar porque
han de pagar el alquiler y mantener a su familia. Son hombres
frustrados, y cuando reciben su paga, no se sienten felices.
Tienen dos días para descansar, para hacer lo que les
apetezca, ¿y qué es lo que hacen? Intentan escaparse. Se
emborrachan porque no se gustan a sí mismos. No les gusta su
vida. Cuando no nos gusta cómo somos, nos herimos de muy
diversas maneras.
Sin embargo, si emprendes la acción por el puro placer de
hacerlo, sin esperar una recompensa, descubrirás que disfrutas
de cada cosa que llevas a cabo. Las recompensas llegarán,
pero té no estarás apegado a ellas. Si no esperas una
recompensa, es posible que incluso llegues a conseguir más de
lo que hubieses imaginado. Si nos gusta lo que hacemos y si
siempre hacemos lo máximo que podemos, entonces
disfrutamos realmente de nuestra vida. Nos divertimos, no nos
aburrimos y no nos sentimos frustrados.
Cuando haces lo máximo que puedes, no le das al Juez la
oportunidad de que dicte sentencia y te considere culpable. Si
has hecho lo máximo que podías y el Juez intenta juzgarte
basándose en tu Libro de la Ley, tú tienes la respuesta: “Hice lo
máximo que podía”. No hay reproches. Esta es la razón por la
cual siempre hacemos lo máximo que podemos. No es un
acuerdo que sea fácil de mantener, pero te hará realmente libre.
Cuando haces lo máximo que puedes, aprendes a aceptarte a ti
mismo, pero tienes que ser consciente y aprender de tus
errores. Eso significa practicar, comprobar los resultados con
honestidad y continuar practicando. Así se expande la
conciencia.
Cuando haces lo máximo que puedes no parece que trabajes,
porque disfrutas de todo lo que haces. Sabes que haces lo
máximo que puedes cuando disfrutas de la acción o la llevas a
cabo de una manera que no te repercute negativamente. Haces
lo máximo que puedes porque quieres hacerlo, no porque
tengas que hacerlo, ni por complacer al Juez o a los demás.
Si emprendes la acción porque te sientes obligado, entonces,
de ninguna manera harás lo máximo que puedas. En ese caso,
es mejor no hacerlo. Cuando haces lo máximo que puedes,
siempre te sientes muy feliz, por eso lo haces. Cuando haces lo
máximo que puedes por el mero placer de hacerlo, emprendes
la acción porque disfrutas de ella.
La acción consiste en vivir con plenitud. La inacción es nuestra
forma de negar la vida, y consiste en sentarse delante del
televisor cada día durante años porque te da miedo estar vivo y
arriesgarte a expresar lo que eres. Expresar lo que eres es
emprender la acción. Puede que tengas grandes ideas en la
cabeza, pero lo que importa es la acción. Una idea, si no se
lleva a cabo, no producirá ninguna manifestación, ni resultados
ni recompensas.
La historia de Forrest Gump es un buen ejemplo. No tenía grandes
ideas, pero actuaba. Era feliz porque hacía lo máximo que
podía en todo lo que emprendía. Recibió importantes
recompensas que no había esperado. Emprender la acción es
estar vivo. Es arriesgarse a salir y expresar tu sueño. Esto no
significa que se lo impongas a los demás, porque todo el mundo
tiene derecho a expresar su propio sueño.
Hacer lo máximo que puedas es un gran hábito que te conviene
adquirir. Yo hago lo máximo que puedo en todo lo que
emprendo y siento. Hacerlo se ha convertido en un ritual que
forma parte de mi vida, porque yo escogí que así fuese. Es una
creencia, como cualquier otra de las que he elegido tener. Lo
convierto todo en un ritual y siempre hago lo máximo que
puedo. Para mí, ducharse es un ritual; con esta acción le digo a
mi cuerpo lo mucho que lo amo. Disfruto al sentir el agua correr
por mi cuerpo. Hago lo máximo que puedo para que las
necesidades de mi cuerpo se vean satisfechas, para cuidarlo y
para recibir lo que me da.
En la India celebran un ritual denominado puja. En él cogen
unas imágenes que representan a Dios de muy diversas
maneras y las bañan, les dan de comer y les ofrecen su amor.
Incluso les cantan mantras. Las imágenes no son importantes
en sí. Lo que importa es la forma en que celebran el ritual, el
modo en que dicen: “Te amo, Dios”.
Dios es vida. Dios es vida en acción. La mejor manera de decir:
“Te amo, Dios”, es vivir haciendo lo máximo que puedas. La
mejor manera de decir: “Gracias, Dios”, es dejar ir el pasado y
vivir el momento presente, aquí y ahora. Sea lo que sea lo que
la vida te arrebate, permite que se vaya. Cuando te entregas y
dejas ir el pasado, te permites estar plenamente vivo en el
momento presente. Dejar ir el pasado significa disfrutar del
sueño que acontece ahora mismo.
Si vives en un sueño del pasado, no disfrutas de lo que sucede
en el momento presente, porque siempre deseas que sea
distinto. No hay tiempo para que te pierdas nada ni a nadie,
porque estás vivo. No disfrutar de lo que sucede ahora mismo
es vivir en el pasado, es vivir sólo a medias. Esto conduce a la
autocompasión, el sufrimiento y las lágrimas.
Naciste con el derecho de ser feliz. Naciste con el derecho de
amar, de disfrutar y de compartir tu amor. Estás vivo, así que
toma tu vida y disfrútala. No te resistas a que la vida pase por ti,
porque es Dios que pasa a través de ti. Tu existencia prueba,
por sí sola, la existencia de Dios. Tu existencia prueba la
existencia de la vida y la energía.
No necesitamos saber ni probar nada. Ser, arriesgarnos a vivir y
disfrutar de nuestra vida, es lo único que importa. Di que no
cuando quieras decir que no, y di que sí cuando quieras decir
que sí. Tienes derecho a ser tú mismo. Y sólo puedes serlo
cuando haces lo máximo que puedes. Cuando no lo haces, te
niegas el derecho a ser tú mismo. Esta es una semilla que
deberías nutrir en tu mente. No necesitas muchos
conocimientos ni grandes conceptos filosóficos. No necesitas
que los demás te acepten. Expresas tu propia divinidad
mediante tu vida y el amor por ti mismo y por los demás. Decir:
“Eh, te amo”, es una expresión de Dios.
Los tres primeros acuerdos sólo funcionarán si haces lo máximo
que puedas. No esperes ser siempre impecable con tus
palabras. Tus hábitos rutinarios son demasiado fuertes y están
firmemente arraigados en tu mente. Pero puedes hacer lo
máximo posible. No esperes no volver nunca más a tomarte las
cosas personalmente; sólo haz lo máximo que puedas. No
esperes no hacer nunca más ninguna suposición, pero sí
puedes hacer lo máximo posible.
Si haces lo máximo que puedas, hábitos como emplear mal tus
palabras, tomarte las cosas personalmente y hacer
suposiciones se debilitarán y con el tiempo, serán menos frecuentes.
No es necesario que te juzgues a ti mismo, que te
sientas culpable o que te castigues por no ser capaz de
mantener estos acuerdos. Cuando haces lo máximo que
puedes, te sientes bien contigo mismo aunque todavía hagas
suposiciones, aunque todavía te tomes las cosas
personalmente y aunque todavía no seas impecable con tus
palabras.
Si siempre haces lo máximo que puedas, una y otra vez, te
convertirás en un maestro de la transformación. La práctica
forma al maestro. Cuando haces lo máximo que puedes, te
conviertes en un maestro. Todo lo que sabes lo has aprendido
mediante la repetición. Aprendiste así a escribir, a conducir e
incluso a andar. Eres un maestro hablando tu lengua porque la
has practicado. La acción es lo que importa.
Si haces lo máximo que puedas en la búsqueda de tu libertad
personal y de tu autoestima, descubrirás que encontrar lo que
buscas es sólo cuestión de tiempo. No se trata de soñar
despierto ni de sentarse varias horas a soñar mientras meditas.
Debes ponerte en pie y actuar como un ser humano. Debes
honrar al hombre o la mujer que eres. Debes respetar tu cuerpo,
disfrutarlo, amarlo, alimentarlo, limpiarlo y sanarlo. Ejercítalo y
haz todo lo que le haga sentirse bien. Esto es una puja para tu
cuerpo, es una comunión entre Dios y tú.
No es necesario que adores a ninguna imagen de la Virgen
María, de Cristo o de Buda. Puedes hacerlo si quieres; si te
hace sentir bien, hazlo. Tu propio cuerpo es una manifestación
de Dios, y si honras a tu cuerpo, todo cambiará para ti. Cuando
des amor a todas las partes de tu cuerpo, plantarás semillas de
amor en tu mente, y cuando crezcan, amarás, honrarás y
respetarás tu cuerpo inmensamente.
Entonces, toda acción se convertirá en un ritual mediante el cual
honrarás a Dios. Después de esto, el siguiente paso consistirá
en honrar a Dios con cada pensamiento, con cada emoción, con
cada creencia, tanto si es “correcta” como si es “incorrecta”.
Cada pensamiento se convertirá en una comunión con Dios y
vivirás un sueño sin juicios, sin ser una víctima y libre de la
necesidad de chismorrear y maltratarte.
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Cuando honres estos cuatro acuerdos juntos, ya no vivirás más
en el infierno. Definitivamente, no. Si eres impecable con tus
palabras, no te tomas nada personalmente, no haces
suposiciones y siempre haces lo máximo que puedas, tu vida
será maravillosa y la controlarás al cien por cien.
Los Cuatro Acuerdos son un resumen de la maestría de la
transformación, una de las maestrías de los toltecas.
Transformas el infierno en cielo. El sueño del planeta se
transforma en tu sueño personal del cielo. El conocimiento está
ahí; sólo espera a que tú lo utilices. Los Cuatro Acuerdos están
ahí; sólo tienes que adoptarlos y respetar su significado y su
poder.
Lo único que tienes que hacer es lo máximo que puedas para
honrar estos acuerdos. Establece hoy este acuerdo: “Elijo
respetar los Cuatro Acuerdos”. Son tan sencillos y lógicos que
incluso un niño puede entenderlos. Pero para mantenerlos,
necesitas una voluntad fuerte, una voluntad muy fuerte. ¿Por
qué? Porque vayamos donde vayamos descubrimos que
nuestro camino está lleno de obstáculos. Todo el mundo intenta
sabotear nuestro compromiso con estos nuevos acuerdos, y
todo lo que nos rodea está estructurado para que los
rompamos. El problema reside en los otros acuerdos que
forman parte del sueño del planeta. Están vivos y son muy
fuertes.
Por esta razón es necesario que seas un gran cazador, un gran
guerrero capaz de defender los Cuatro Acuerdos con tu vida. Tu
felicidad, tu libertad, toda tu manera de vivir dependen de ello.
El objetivo del guerrero es trascender este mundo, escapar de
este infierno y no regresar jamás a él. Tal como nos enseñan
los toltecas, la recompensa consiste en trascender la
experiencia humana del sufrimiento, y convertirse en la
encarnación de Dios. Esa es la recompensa.
Verdaderamente, para triunfar en el cumplimiento de estos
acuerdos, necesitamos utilizar todo el poder que tenemos. Al
principio, yo no creía que pudiera ser capaz de hacerlo. He
fracasado muchas veces, pero me levanté y seguí adelante. No
me compadece de mí mismo. De ninguna manera iba a
compadecerme de mí mismo. Dije: “Si me caigo, soy lo bastante
fuerte, lo bastante inteligente, ¡puedo hacerlo!”. Me levanté y
seguí adelante. Me caí y seguí adelante, y adelante, y cada vez
me resultó más y más fácil. Sin embargo, al comienzo era tan
duro y tan difícil...
De modo que, si te caes, no te juzgues. No le des a tu Juez la
satisfacción de convertirte en una víctima. No, sé firme contigo
mismo. Levántate y establece el acuerdo de nuevo: “Está bien,
rompí el acuerdo de ser impecable con mis palabras. Empezaré
otra vez desde el principio. Voy a mantener los Cuatro Acuerdos
sólo por hoy. Hoy seré impecable con mis palabras, no me
tomaré nada personalmente, no haré suposiciones y haré lo
máximo que pueda”.
Si rompes un acuerdo, empieza de nuevo mañana y de nuevo al
día siguiente. Al principio será difícil, pero cada día te parecerá
más y más fácil hasta que, un día, descubrirás que los Cuatro
Acuerdos dirigen tu vida. Te sorprenderá ver cómo se ha
transformado tu existencia.
No es necesario que seas religioso ni que vayas a la iglesia
cada día. Tu amor y tu respeto por ti mismo crecen
incesantemente. Puedes hacerlo. Si yo lo hice, también té
puedes hacerlo. No te inquietes por el futuro; mantén tu
atención en el día de hoy y permanece en el momento presente.
Vive el día a día. Haz siempre lo máximo que puedas por
mantener estos acuerdos, y pronto te resultará sencillo. Hoy es
el principio de un nuevo sueño.
6
EL CAMINO TOLTECA HACIA LA LlBERTAD
Romper viejos acuerdos
Todos hablan de libertad. Distintas personas, diferentes razas y
distintos países luchan por la libertad en todo el mundo. Pero
¿qué es la libertad? En Estados Unidos decimos que vivimos en
un país libre. Sin embargo, ¿somos realmente libres? ¿Somos
libres para ser quienes realmente somos? La respuesta es no,
no somos libres. La verdadera libertad está relacionada con el
espíritu humano: es la libertad de ser quienes realmente somos.
¿Quién nos impide ser libres? Culpamos al Gobierno, al clima, a
nuestros padres, a la religión, a Dios... ¿Quién nos impide, realmente,
ser libres? Nosotros mismos. ¿Qué significa, en
realidad, ser libres? A veces nos casamos y decimos que
perdemos nuestra libertad, pero cuando nos divorciamos,
seguimos sin ser libres. ¿Qué nos lo impide? ¿Por qué no
podemos ser nosotros mismos?
Tenemos recuerdos de tiempos pasados en los que éramos
libres y disfrutábamos de ello, pero hemos olvidado lo que
verdaderamente significa la libertad.
Si vemos a un niño de dos o tres años, o quizá de cuatro, descubrimos
un ser humano libre. ¿Por qué lo es? Porque hace lo
que quiere hacer. El ser humano es completamente salvaje,
igual que una flor, un árbol o un animal que no ha sido
domesticado: ¡salvaje! Y si observamos a estos seres humanos
de dos años de edad, descubrimos que la mayor parte del
tiempo sonríen y se divierten. Exploran el mundo. No les da
miedo jugar. Sienten miedo cuando se hacen daño, cuando
tienen hambre y cuando algunas de sus necesidades no se ven
satisfechas; pero no les preocupa el pasado, no les importa el
futuro y sólo viven en el momento presente.
Los niños muy pequeños no tienen miedo de expresar lo que
sienten. Son tan afectuosos que, si perciben amor, se funden en
él. No les da miedo el amor. Esta es la descripción de un ser
humano normal. De niños, no le tenemos miedo al futuro ni nos
avergonzamos del pasado. Nuestra tendencia natural es
disfrutar de la vida, jugar, explorar, ser felices y amar.
Pero ¿qué le ha pasado al ser humano adulto? ¿Por qué somos
tan diferentes? ¿Por qué no somos salvajes? Desde el punto de
vista de la Víctima, diremos que nos ocurrió algo triste, y desde
el punto de vista del guerrero, diremos que lo que nos sucedió
fue normal. Lo que pasa es que el Libro de la Ley, el gran Juez,
la Víctima y el sistema de creencias dirigen nuestra vida, y ya
no somos libres porque no nos permiten ser quienes realmente
somos. Una vez nuestra mente ha sido programada con toda
esa basura, dejamos de ser felices.
Esta cadena de aprendizaje que se transmite de un ser humano
a otro, de generación en generación, es muy corriente en la
sociedad humana. No culpes a tus padres por enseñarte a ser
como ellos. ¿Qué otra cosa podían enseñarte sino lo que
sabían? Lo hicieron lo mejor que supieron, y si te maltrataron,
fue debido a su propia domesticación, a sus propios miedos y a
sus propias creencias. No tenían ningún control sobre la
programación que ellos mismos recibieron, de modo que no
podían actuar de otra forma.
No culpes a tus padres ni a ninguna otra persona que te haya
maltratado en la vida, incluyéndote a ti mismo. Pero ya es hora
de poner fin a ese maltrato. Ya es hora de que te liberes de la
tiranía del Juez y de que cambies los fundamentos de tus
propios acuerdos. Ya es hora de que te liberes del papel de
Víctima.
Tu verdadero yo es todavía un niño pequeño que nunca creció.
En ocasiones, cuando te diviertes o juegas, cuando te sientes
feliz, cuando pintas, escribes poesía o tocas el piano, o cuando
te expresas de cualquier otro modo, ese niño pequeño
reaparece. Estos son los momentos más felices de tu vida:
cuando surge tu yo verdadero, cuando no te importa el pasado y
no te preocupas por el futuro. Entonces eres como un niño.
Pero hay algo que cambia todo esto: son lo que llamamos
responsabilidades. El Juez dice: “Espera un momento, eres
responsable, tienes cosas que hacer, tienes que trabajar, tienes
que ir a la universidad, tienes que ganarte la vida”. Nos
acordamos de todas estas responsabilidades y la expresión de
nuestro rostro cambia y se ensombrece de nuevo. Si observas a
unos niños que juegan a ser adultos, verás de qué manera se
transforma la expresión de su cara. Un niño dice: “Juguemos a
que soy un abogado”, e inmediatamente adopta la expresión del
adulto. Si asistimos a un juicio, esas son las caras que vemos, y
eso es lo que somos. Sin embargo, todavía somos niños, pero
hemos perdido nuestra libertad.
La libertad que buscamos es la de ser nosotros mismos, la de
expresarnos tal como somos. Sin embargo, si observamos
nuestra vida, veremos que, en lugar de vivir para complacernos
a nosotros mismos, la mayor parte del tiempo sólo hacemos
cosas para complacer a los demás, para que nos acepten. Esto
es lo que le ha ocurrido a nuestra libertad. En nuestra sociedad,
y en todas las sociedades del mundo, de cada mil personas,
novecientas noventa y nueve están totalmente domesticadas.
Lo peor de todo es que la mayoría de la gente ni siquiera se da
cuenta de que no es libre. Algo en su interior se lo susurra, pero
no lo comprende, y no sabe por qué no es libre.
Para la mayoría de las personas, el problema reside en que
viven sin llegar a descubrir que el Juez y la Víctima dirigen su
vida, y por consiguiente, no tienen la menor oportunidad de ser
libres. El primer paso hacia la libertad personal consiste en ser
conscientes de que no somos libres. Necesitamos ser
conscientes de cuál es el problema para poder resolverlo.
El primer paso es siempre la conciencia, porque hasta que no
seas consciente no podrás hacer ningún cambio. Hasta que no
seas consciente de que tu mente está llena de heridas y de
veneno emocional, no limpiarás ni curarás las heridas y
continuarás sufriendo.
No hay ninguna razón para sufrir. Si eres consciente, puedes
rebelarte y decir: “ya basta”. Puedes buscar una manera de
sanar y transformar tu sueño personal. El sueño del planeta es
sólo un sueño. Ni tan siquiera es real. Si entras en el sueño y
empiezas a poner en tela de juicio tu sistema de creencias,
descubrirás que la mayor parte de las creencias que abrieron
heridas en tu mente ni siquiera son verdad. Descubrirás que
durante todos estos años has vivido un drama por nada. ¿Por
qué? Porque el sistema de creencias que te inculcaron está
basado en mentiras.
Por ello es muy importante para ti que domines tu propio sueño;
este es el motivo por el que los toltecas se convirtieron en
maestros del sueño. Tu vida es la manifestación de tu sueño; es
un arte. Y puedes cambiar tu vida en cualquier momento si no
disfrutas de tu sueño. Los maestros del sueño crean una vida
que es una obra maestra; controlan el sueño a través de sus
elecciones. Todo tiene sus consecuencias, y un maestro del
sueño es consciente de ellas.
Ser un tolteca es una forma de vivir en la cual no existen los
líderes ni los seguidores, donde tú tienes y vives tu propia
verdad. Un tolteca se vuelve sabio, se vuelve salvaje y se
vuelve libre de nuevo.
Existen tres maestrías que llevan a la gente a convertirse en
toltecas. La primera es la Maestría de la Conciencia: ser
conscientes de quiénes somos realmente, con todas nuestras
posibilidades. La segunda es la Maestría de la Transformación:
cómo cambiar, cómo liberarnos de la domesticación. La tercera
es la Maestría del Intento: desde el punto de vista tolteca, el
Intento es esa parte de la vida que hace que la transformación
de la energía sea posible; es el ser viviente que envuelve toda
energía, o lo que llamamos “Dios”. Es la vida misma; es el amor
incondicional. La Maestría del Intento es, por lo tanto, la
Maestría del Amor.
Hablamos del camino tolteca hacia la libertad porque los
toltecas tienen un plan completo para liberarse de la
domesticación. Comparan al Juez, a la Víctima y el sistema de
creencias con un parásito que invade la mente humana. Desde
el punto de vista tolteca, todos los seres humanos domesticados
están enfermos. Lo están porque un parásito controla su mente
y su cerebro, un parásito que se alimenta de las emociones
negativas que provoca el miedo.
Si buscamos la descripción de un parásito, vemos que es un ser
vivo que subsiste a costa de otros seres vivos, chupa su energía
sin dar nada a cambio y daña a su anfitrión poco a poco. El
Juez, la Víctima y el sistema de creencias encajan muy bien en
esta descripción. Juntos, constituyen un ser viviente formado de
energía psíquica o emocional, y esa energía está viva. No se
trata de energía material, por supuesto, pero las emociones
tampoco son energía material, ni lo son nuestros sueños, y sin
embargo, sabemos que existen.
Una función del cerebro es la de transformar la energía material
en energía emocional. Nuestro cerebro es una fábrica de
emociones. Y ya hemos dicho que la principal función de la
mente es soñar. Los toltecas creen que el parásito -el Juez, la
Víctima y el sistema de creencias- controla nuestra mente y
nuestro sueño personal. El parásito sueña en nuestra mente y
vive en nuestro cuerpo. Se alimenta de las emociones que
surgen del miedo, y le encantan el drama y el sufrimiento.
La libertad que buscamos consiste en utilizar nuestra propia
mente y nuestro propio cuerpo, en vivir nuestra propia vida en
lugar de la vida de nuestro sistema de creencias. Cuando
descubrimos que nuestra mente está controlada por el Juez y la
Víctima y que nuestro verdadero yo está arrinconado, sólo
tenemos dos opciones.
Una es continuar viviendo como lo hemos hecho hasta ese
momento, rindiéndonos al Juez y la Víctima, seguir viviendo en
el sueño del planeta. La otra opción es actuar como cuando
éramos niños y nuestros padres intentaban domesticarnos.
Podemos rebelarnos y decir: “¡No!”. Podemos declarar una
guerra contra el parásito, contra el Juez y la Víctima, una guerra
por nuestra independencia, por el derecho de utilizar nuestra
propia mente y nuestro propio cerebro.
Por este motivo, quienes siguen las tradiciones chamánicas de
América, desde Canadá hasta Argentina, se llaman a sí mismos
guerreros, porque están en guerra contra el parásito de la
mente. Esto es lo que significa en verdad ser un guerrero. El
guerrero es el que se rebela contra la invasión del parásito. Se
rebela y le declara la guerra. Pero eso no quiere decir que
siempre se gane; quizá ganemos o quizá perdamos, pero
siempre hacemos lo máximo que podemos, y al menos tenemos
la oportunidad de recuperar nuestra libertad. Elegir este camino
nos da, como mínimo, la dignidad de la rebelión y nos asegura
que no seremos la víctima desvalida de nuestras caprichosas
emociones o de las emociones venenosas de los demás.
Incluso aunque sucumbamos ante el enemigo -el parásito-, no
estaremos entre las víctimas que no se defienden.
En el mejor de los casos, ser un guerrero nos da la oportunidad
de trascender el sueño del planeta y cambiar nuestro sueño
personal por otro al que llamamos cielo. Igual que el infierno, el
cielo es un lugar que existe en nuestra mente. Es un lugar lleno
de júbilo, en el que somos felices, en el que somos libres para
amar y para ser nosotros mismos. Podemos alcanzar el cielo en
vida; no tenemos que esperar a morirnos. Dios siempre está
presente y el reino de los cielos está en todas partes, pero en
primer lugar necesitamos que nuestros ojos sean capaces de
ver la verdad y nuestros oídos puedan escucharla. Necesitamos
librarnos del parásito.
Podemos comparar el parásito con un monstruo de cien
cabezas. Cada una de ellas es uno de nuestros miedos. Si
queremos ser libres, tenemos que destruir el parásito. Una
solución es atacar sus cabezas una a una, es decir,
enfrentarnos a nuestros miedos uno a uno. Es un proceso lento,
pero funciona. Cada vez que nos enfrentamos a uno de
nuestros miedos, somos un poco más libres.
Una segunda solución sería dejar de alimentar al parásito. Si no
le damos ningún alimento, lo mataremos por inanición. Para
poder hacerlo, tenemos que ser capaces de controlar nuestras
emociones, debemos abstenernos de alimentar las emociones
que surgen del miedo. Resulta fácil decirlo, pero es muy difícil
hacerlo, porque el Juez y la Víctima controlan nuestra mente.
Una tercera solución es la que se denomina la iniciación a la
muerte. Esta iniciación se encuentra en muchas tradiciones y
escuelas esotéricas de todo el mundo. La hallamos en Egipto, la
India, Grecia y América. Es una muerte simbólica que mata al
parásito sin dañar nuestro cuerpo. Cuando “morimos”,
simbólicamente, el parásito también tiene que morir. Esta
solución es más rápida que las dos anteriores, pero resulta
todavía más difícil. Necesitamos un gran valor para enfrentarnos
al ángel de la muerte. Tenemos que ser muy fuertes.
Veamos más de cerca cada una de estas soluciones.
El arte de la transformación: El sueño de la segunda
atención
Hemos visto que el sueño que vives ahora es el resultado del
sueño externo que capta tu atención y te alimenta con todas tus
creencias. El proceso de domesticación puede llamarse el
sueño de la primera atención, porque así utilizaron por primera
vez tu atención para crear el primer sueño de tu vida.
Una manera de transformar tus creencias es concentrar tu
atención en todos esos acuerdos y cambiarlos tú mismo. Al
hacerlo, utilizas tu atención por segunda vez, y por
consiguiente, creas el sueño de la segunda atención o el nuevo
sueño.
La diferencia estriba en que ahora ya no eres inocente. En tu
infancia no era así; no tenías otra elección. Pero ya no eres un
niño. Ahora puedes escoger qué creer y qué no. Puedes elegir
creer en cualquier cosa, y eso incluye creer en ti.
El primer paso consiste en ser consciente de la bruma que hay
en tu mente. Debes darte cuenta de que sueñas continuamente.
Sólo a través de la conciencia serás capaz de transformar tu
sueño. Cuando seas consciente de que todo el sueño de tu vida
es el resultado de tus creencias y de que lo que crees no es
real, entonces empezarás a cambiarlo. Sin embargo, para
cambiar tus creencias de verdad, es preciso que centres tu
atención en lo que quieres cambiar. Debes conocer los
acuerdos que deseas cambiar antes de poder cambiarlos.
De modo que el siguiente paso es volverte consciente de todas
las creencias que te limitan, se basan en el miedo y te hacen
infeliz. Haz un inventario de todo lo que crees, de todos tus
acuerdos, y mediante este proceso, empezarás a transformarte.
Los toltecas llamaron a esto el Arte de la Transformación, y es
una maestría completa. Alcanzas la Maestría de la
Transformación cambiando los acuerdos que se basan en el
miedo y te hacen sufrir y reprogramando tu propia mente a tu
manera. Uno de los procedimientos para llevar esto a cabo
consiste en estudiar y adoptar creencias alternativas como los
Cuatro Acuerdos.
La decisión de adoptar los Cuatro Acuerdos es una declaración
de guerra para recuperar la libertad que te arrebató el parásito.
Los Cuatro Acuerdos te ofrecen la posibilidad de acabar con el
dolor emocional, y de este modo te abren la puerta para que
disfrutes de tu vida y empieces un nuevo sueño. Si estás
interesado, explorar las posibilidades de tu sueño sólo
dependerá de ti. Los Cuatro Acuerdos se crearon para que nos
resultaran de ayuda en el Arte de la Transformación, para
ayudar-nos a romper los acuerdos limitativos, aumentar nuestro
poder personal y volvernos más fuertes. Cuanto más fuerte
seas, más acuerdos romperás, hasta que llegues a la misma
esencia de todos ellos.
Llegar a la esencia de esos acuerdos es lo que yo llamo ir al
desierto. Cuando vas al desierto, te encuentras cara a cara con
tus demonios. Una vez has salido de él, todos esos demonios
se convierten en ángeles.
Practicar los Cuatro Acuerdos es un gran acto de poder.
Deshacer los hechizos de magia negra que existen en tu mente
requiere un gran poder personal. Cada vez que rompes un
acuerdo, aumentas tu poder. Para empezar, rompe pequeños
acuerdos que requieran un poder menor. A medida que vayas
rompiendo esos pequeños acuerdos, tu poder personal irá
aumentando hasta alcanzar el punto en el que, finalmente,
podrás enfrentarte a los grandes demonios de tu mente.
Por ejemplo, la niña pequeña a la que le dijeron que no cantase
tiene ahora veinte años y todavía continúa sin cantar. Un modo
de superar su creencia de que su voz es fea es decirse: “De
acuerdo, intentaré cantar aunque sea verdad que canto mal”.
Entonces, puede fingir que alguien aplaude y le dice “iOh! ¡Lo
has hecho de maravilla”. Quizás esto agriete el acuerdo un
poco, pero todavía estará allí. Sin embargo, ahora tiene un poco
más de poder y coraje para intentarlo de nuevo, y después una
y otra vez hasta que, por fin, rompa el acuerdo.
Esta es una manera de salir del sueño del infierno. Pero
necesitarás reemplazar cada acuerdo que te cause sufrimiento
y que rompas por uno nuevo que te haga feliz. Así evitarás que
el viejo acuerdo vuelva a aparecer. Si ocupas el mismo espacio
con un nuevo acuerdo, entonces el viejo desaparecerá para
siempre, y su lugar lo ocupará el nuevo.
En la mente existen muchas creencias tan resistentes que
pueden hacer que este proceso parezca imposible. Por ello es
necesario que avances paso a paso y que seas paciente
contigo mismo, porque se trata de un proceso lento. El modo en
que vives ahora es el resultado de muchos años de
domesticación. No puedes pretender que ésta desaparezca en
un solo día. Romper los acuerdos resulta muy difícil, porque en
cada acuerdo que establecimos pusimos el poder de las
palabras (que es el poder de nuestra voluntad).
Para cambiar un acuerdo, necesitamos la misma cantidad de
poder. Es imposible cambiar un acuerdo con un poder menor
del que utilizamos para establecerlo, e invertimos la mayor parte
de nuestro poder personal en mantener los acuerdos que
tenemos con nosotros mismos. Esto sucede porque, en
realidad, nuestros acuerdos son como una fuerte adicción.
Somos adictos a nuestra forma de ser, a la rabia, los celos y la
autocompasión. Somos adictos a las creencias que nos dicen:
“No soy lo bastante bueno, no soy lo suficientemente inteligente.
¿Por qué voy a molestarme en intentarlo? Si otras personas lo
hacen es porque son mejores que yo”.
Todos estos viejos acuerdos dirigen nuestro sueño de la vida
porque los repetimos una y otra vez. Por consiguiente, para
adoptar los Cuatro Acuerdos, es necesario que pongas en juego
la repetición. Al llevar a la práctica los nuevos acuerdos en tu
vida, cada vez podrás hacer más y mejor. La repetición hace al
maestro.
La disciplina del guerrero: Controlar tu propio
comportamiento
Imagínate que te despiertas temprano por la mañana, rebosante
de entusiasmo ante un nuevo día. Te sientes feliz, de maravilla,
y dispones de mucha energía para afrontar ese día. Entonces,
mientras desayunas, tienes una fuerte discusión con tu pareja, y
un verdadero torrente de emoción sale fuera. Te enfureces, y
gastas una gran parte de tu poder personal en la rabia que
expresas. Tras la discusión, te sientes agotado, y lo único que
quieres hacer es irte y echarte a llorar. De hecho, te sientes tan
cansado, que te vas a la habitación, te derrumbas y tratas de
recuperarte. Te pasas el día envuelto en tus emociones. No te
queda ninguna energía para seguir adelante y sólo quieres
olvidarte de todo.
Cada día nos despertamos con una determinada cantidad de
energía mental, emocional y física que gastamos durante el día.
Si permitimos que las emociones consuman nuestra energía, no
nos quedará ninguna para cambiar nuestra vida o para dársela
a los demás.
La manera en que ves el mundo depende de las emociones que
sientes. Cuando estás enfadado, todo lo que te rodea está mal,
nada está bien. Le echas la culpa a todo, incluso al tiempo;
llueva o haga sol, nada te complacerá. Cuando estás triste, todo
lo que te rodea te parece triste y te hace llorar. Ves los árboles y
te sientes triste, ves la lluvia y te parece triste. Tal vez te sientes
vulnerable y crees que tienes que protegerte a ti mismo porque
piensas que alguien te atacará en cualquier momento. No
confías en nada ni en nadie. ¡Esto te ocurre porque ves el
mundo a través de los ojos del miedo!
Imagínate que la mente humana es igual que tu piel. Si la tocas
y está sana, la sensación es maravillosa. Tu piel está hecha
para percibir la sensación del tacto, que es deliciosa. Ahora
imagínate que tienes una herida infectada en la piel. Si la tocas,
te dolerá, de modo que intentarás cubrirla para protegerla. Si te
tocan, no disfrutarás de ello porque te dolerá.
Ahora imagínate que todos los seres humanos tienen una
enfermedad en la piel. Nadie puede tocar a ninguna otra
persona porque le provoca dolor. Todo el mundo tiene heridas
en la piel, hasta el punto de que tanto la infección como el dolor
llegan a considerarse normales; la gente cree que ser así es lo
normal.
¿Puedes imaginarte cómo nos trataríamos los unos a los otros
si todos los seres humanos tuviésemos esta enfermedad de la
piel? Casi no nos abrazaríamos, claro, porque nos dolería
demasiado, de modo que tendríamos que mantener una buena
distancia entre nosotros.
La mente humana es exactamente igual a la descripción de esta
infección en la piel. Cada ser humano tiene un cuerpo
emocional cubierto por entero de heridas infectadas por el
veneno de todas las emociones que nos hacen sufrir, como el
odio, la rabia, la envidia y la tristeza. Una injusticia abre una
herida en nuestra mente y reaccionamos produciendo veneno
emocional por causa de los conceptos y creencias que tenemos
sobre qué es justo y qué no lo es. Debido al proceso de
domesticación, la mente está tan herida y llena de veneno, que
todos creemos que ese estado es el normal. Sin embargo, te
aseguro que no lo es.
Nuestro sueño del planeta es disfuncional; los seres humanos
tenemos una enfermedad mental llamada “miedo”. Los síntomas
de esta enfermedad son todas las emociones que nos hacen
sufrir: rabia, odio, tristeza, envidia y desengaño. Cuando el
miedo es demasiado grande, la mente racional empieza a fallar
y a esto lo denominamos “enfermedad mental”. El
comportamiento psicótico tiene lugar cuando la mente está tan
asustada y las heridas son tan profundas, que parece mejor
romper el contacto con el mundo exterior.
Si somos capaces de ver nuestro estado mental como una
enfermedad, descubriremos que existe una cura. No es
necesario que suframos más. En primer lugar, necesitamos
saber la verdad para curar las heridas emocionales por
completo: debemos abrirlas y extraer el veneno. ¿Cómo lo
podemos hacer? Hemos de perdonar a los que creemos que se
han portado mal con nosotros, no porque se lo merezcan, sino
porque sentimos tanto amor por nosotros mismos que no
queremos continuar pagando por esas injusticias.
El perdón es la única manera de sanarnos. Podemos elegir
perdonar porque sentimos compasión por nosotros mismos.
Podemos dejar marchar el resentimiento y declarar: “¡Ya basta!
No volveré a ser el gran Juez que actúa contra mí mismo. No
volveré a maltratarme ni a agredirme. No volveré a ser la
Víctima”.
Para empezar, es necesario que perdonemos a nuestros
padres, a nuestros hermanos, a nuestros amigos y a Dios. Una
vez perdones a Dios, te perdonarás por fin a ti mismo. Una vez
te perdones a ti mismo, el autorrechazo desaparecerá de tu
mente. Empezarás a aceptarte, y el amor que sentirás por ti
será tan fuerte, que al final acabarás aceptándote por completo
tal como eres. Así empezamos a ser libres los seres humanos.
El perdón es la clave.
Sabrás que has perdonado a alguien cuando lo veas y ya no
sientas ninguna reacción emocional. Oirás el nombre de esa
persona y no tendrás ninguna reacción emocional. Cuando
alguien te toca lo que antes era una herida y ya no sientes
dolor, entonces sabes que realmente has perdonado.
La verdad es como un escalpelo. Es dolorosa porque abre todas
las heridas que están cubiertas por mentiras para así poder
sanarlas. Estas mentiras son lo que llamamos “el sistema de
negación” que resulta práctico porque nos permite tapar
nuestras heridas y continuar funcionando. Pero cuando ya no
tenemos heridas ni veneno, no necesitamos mentir más. No
necesitamos el sistema de negación, porque se puede tocar una
mente sana sin que experimente ningún dolor. Cuando la mente
está limpia, el contacto resulta placentero.
Para la mayoría de las personas, el problema reside en que
pierden el control de sus emociones. Es el ser humano quien
debe controlar sus emociones y no al revés. Cuando perdemos
el control, decimos cosas que no queremos decir y hacemos
cosas que no queremos hacer. Por este motivo es tan
importante que seamos impecables con nuestras palabras y que
nos convirtamos en guerreros espirituales. Debemos aprender a
controlar nuestras emociones a fin de tener el suficiente poder
personal para cambiar los acuerdos basados en el miedo,
escapar del infierno y crear nuestro cielo personal.
¿Cómo nos podemos convertir en guerreros? Los guerreros
tienen algunas características que son prácticamente iguales en
todo el mundo. Son conscientes. Esto es muy importante.
Hemos de ser conscientes de que estamos en guerra, y esa
guerra que tiene lugar en nuestra mente requiere disciplina; no
la disciplina del soldado, sino la del guerrero; no la disciplina
que proviene del exterior y nos dice qué hacer y qué no hacer,
sino la de ser nosotros mismos, sin importar lo que esto
signifique.
El guerrero tiene control no sobre otros seres humanos, sino
sobre sí mismo; controla sus propias emociones. Reprimimos
nuestras emociones cuando perdemos el control, no cuando lo
mantenemos. La gran diferencia entre un guerrero y una víctima
es que ésta se reprime y el guerrero se refrena. Las víctimas se
reprimen porque tienen miedo de mostrar sus emociones, de
decir lo que quieren decir. Refrenarse no es lo mismo que
reprimirse. Significa retener las emociones y expresarlas en el
momento adecuado, ni antes ni después. Esta es la razón por la
cual los guerreros son impecables. Tienen un control absoluto
sobre sus propias emociones y, por consiguiente, sobre su
propio comportamiento.
La iniciación a la muerte: Abrazar al ángel de la muerte
El paso final para obtener la libertad personal es prepararnos
para la iniciación a la muerte, tomarnos la muerte como nuestra
maestra. El ángel de la muerte puede enseñarnos de qué forma
estar verdaderamente vivos. Hemos de tomar conciencia de que
podemos morirnos en cualquier momento; sólo contamos con el
presente para estar vivos. La verdad es que no sabemos si
vamos a morir mañana. ¿Quién lo sabe? Pensamos que nos
quedan muchos años por vivir. ¿Pero es asé?
Si vamos al hospital y el médico nos dice que nos queda una
semana de vida, ¿qué haremos? Como ya he dicho antes,
tenemos dos opciones. Una es sufrir porque nos vamos a morir,
decirle a todo el mundo: “Pobre de mí, me voy a morir”, y hacer
un gran drama. La otra es aprovechar cada momento para ser
feliz, para hacer lo que realmente nos gusta hacer. Si sólo nos
queda una semana de vida, disfrutemos de ella. Estemos vivos.
Podemos decir: “Voy a ser yo mismo. No puedo pasarme la vida
intentando complacer a los demás. Ya no tendré miedo de lo
que piensen de mí. ¿Qué me importa si me voy a morir dentro
de una semana? Seré yo mismo”.
El ángel de la muerte nos enseña a vivir cada día como si fuese
el último de nuestra vida, como si no hubiera de llegar ningún
mañana. Empecemos el día diciendo: “Estoy despierto, veo el
sol. Voy a entregarle mi gratitud, y también a todas las cosas y
todas las personas, porque todavía estoy vivo. Un día más para
ser yo mismo”.
Así es como veo yo la vida. Esto es lo que el ángel de la muerte
me enseñó: a permanecer completamente abierto, a saber que
no hay nada que temer. Por supuesto, yo trato a las personas
que quiero con amor porque sé que éste puede ser el último día
para poder decirles cuánto las amo. No sé si voy a volver a ver
a mis seres queridos, de modo que no quiero pelearme con
ellos.
¿Qué ocurriría si tuviese una gran pelea con alguien a quien
quiero, le lanzase todo el veneno emocional que tengo contra él
o ella, y se muriese al día siguiente? iAy, Dios mío! El Juez me
atacaría con dureza y yo me sentiría muy culpable por todo lo
que dije. Incluso me sentiría culpable por no haberle dicho a esa
persona cuánto la quería. El amor que me hace feliz es el que
puedo compartir con la gente que amo. ¿Por qué voy a negar
que les quiero? No es importante que me devuelvan ese amor.
Quizá muera yo mañana o tal vez muera alguien a quien amo.
Lo que me hace feliz es hacerle saber hoy lo mucho que le
quiero.
Se puede vivir de esta manera. Si lo haces, te preparas para la
iniciación a la muerte. Lo que ocurrirá en esta iniciación es que
el viejo sueño que tienes en la mente morirá para siempre. Sí,
tendrás recuerdos del parásito -del Juez, de la Víctima y de lo
que solías creer-, pero estará muerto.
Esto es lo que va a morir en la iniciación a la muerte: el parásito.
No resulta fácil emprender esta iniciación porque el Juez y la
Víctima luchan con todas sus armas disponibles. No quieren
morir. Y entonces sentimos que quien va a morir somos
nosotros, y tenemos miedo de esta muerte.
Cuando vivimos en el sueño del planeta, es como si
estuviésemos muertos. Si sobrevivimos a la iniciación a la
muerte, recibimos el don más maravilloso: la resurrección. Eso
quiere decir que renacemos de entre los muertos, estamos
vivos, somos nosotros mismos de nuevo. La resurrección es
convertirse otra vez en un niño, ser salvaje y libre, pero con una
diferencia: en lugar de inocencia, tenemos libertad con
sabiduría. Somos capaces de romper nuestra domesticación,
recuperar nuestra libertad y sanar nuestra mente. Nos rendimos
al ángel de la muerte sabiendo que el parásito morirá y nosotros
viviremos con una mente sana y un perfecto juicio. Entonces,
seremos libres para utilizar nuestra propia mente y dirigir
nuestra vida.
Esto es lo que el ángel de la muerte nos enseña en la tradición
tolteca. Se nos aparece y nos dice: “Todo lo que hay aquí me
pertenece; no es tuyo. Tu casa, tu pareja, tus hijos, tu coche, tu
trabajo, tu dinero: todo me pertenece y me lo puedo llevar
cuando quiera, pero por ahora, puedes utilizarlo”.
Si nos rendimos al ángel de la muerte, seremos felices para
siempre. ¿Por qué? Porque el ángel de la muerte se lleva consigo
el pasado para que la vida pueda continuar. Se lleva de
cada momento pasado la parte que está muerta, y nosotros
continuamos viviendo en el presente. El parásito quiere que
carguemos con el pasado, y esto hace que estar vivo resulte
muy pesado. Si intentamos vivir en el pasado, ¿cómo vamos a
disfrutar del presente? Si soñamos con el futuro, ¿por qué
cargar con el peso del pasado? ¿Cuándo viviremos en el
presente? Esto es lo que el ángel de la muerte nos enseña a
hacer.
7
EL NUEVO SUEÑO
El cielo en la tierra
Quiero que olvides todo lo que has aprendido en tu vida. Este
es el principio de un nuevo entendimiento, de un nuevo sueño.
El sueño que vives lo has creado tú. Es tu percepción de la
realidad que puedes cambiar en cualquier momento. Tienes el
poder de crear el infierno y el de crear el cielo. ¿Por qué no
soñar un sueño distinto? ¿Por qué no utilizar tu mente, tu
imaginación y tus emociones para soñar el cielo?
Sólo con utilizar tu imaginación podrás comprobar que suceden
cosas increíbles. Imagínate que tienes la capacidad de ver el
mundo con otros ojos siempre que quieras. Cada vez que abres
los ojos, ves el mundo que te rodea de una manera diferente.
Ahora, cierra los ojos, y después, ábrelos y mira.
Lo que verás es amor que emana de los árboles, del cielo, de la
luz. Percibirás el amor que emana directamente de todas las
cosas, incluso de ti mismo y de otros seres humanos. Aun
cuando estén tristes o enfadados, verás que por detrás de sus
sentimientos, también envían amor.
Quiero que utilices tu imaginación y la percepción de tus nuevos
ojos para verte a ti mismo viviendo un nuevo sueño, una vida en
la que no sea necesario que justifiques tu existencia y en la que
seas libre para ser quien realmente eres.
Imagínate que tienes permiso para ser feliz y para disfrutar de
verdad de tu vida. Imagínate que vives libre de conflictos
contigo mismo y con los demás.
Imagínate que no tienes miedo de expresar tus sueños. Sabes
qué quieres, cuándo lo quieres y qué no quieres. Tienes libertad
para cambiar tu vida y hacer que sea como tú quieras. No
temes pedir lo que necesitas, decir que sí o que no a lo que sea
o a quien sea.
Imagínate que vives sin miedo a ser juzgado por los demás. Ya
no te dejas llevar por lo que otras personas puedan pensar de ti.
Ya no eres responsable de la opinión de nadie. No sientes la
necesidad de controlar a nadie y nadie te controla a ti.
Imagínate que vives sin juzgar a los demás, que los perdonas
con facilidad y te desprendes de todos los juicios que sueles
hacer. No sientes la necesidad de tener razón ni de decirle a
nadie que está equivocado. Te respetas a ti mismo y a los
demás, y a cambio, ellos te respetan a ti.
Imagínate que vives sin el miedo de amar y no ser
correspondido. Ya no temes que te rechacen y no sientes la
necesidad de que te acepten. Puedes decir: “Te quiero”, sin
sentir vergüenza y sin justificarte. Puedes andar por el mundo
con el corazón completamente abierto y sin el temor de que te
puedan herir.
Imagínate que vives sin miedo a arriesgarte y a explorar la vida.
No temes perder nada. No tienes miedo de estar vivo en el
mundo y tampoco de morir.
Imagínate que te amas a ti mismo tal como eres. Que amas tu
cuerpo y tus emociones tal como son. Sabes que eres perfecto
tal como eres.
La razón por la que te pido que imagines todas estas cosas es
porque ¡son todas totalmente posibles! Puedes vivir en un
estado de gracia, de dicha, en el sueño del cielo. Pero para
experimentarlo, en primer lugar tienes que entender en qué
consiste.
Sólo el amor tiene la capacidad de proporcionarte este estado
de dicha. Es como estar enamorado. Flotas entre las nubes.
Percibes amor vayas donde vayas. Es del todo posible vivir de
este modo permanentemente. Lo es porque otros lo han
conseguido y no son distintos de ti. Viven en un estado de dicha
porque han cambiado sus acuerdos y sueñan un sueño
diferente.
Una vez sientas lo que significa vivir en estado de dicha, lo
adorarás. Sabrás que el cielo en la tierra existe de verdad. Una
vez sepas que es posible permanecer en él, hacer el esfuerzo
para conseguirlo sólo dependerá de ti. Hace dos mil años,
Jesús nos habló del reino de los cielos, del reino del amor, pero
no había casi nadie preparado para oírlo. Dijeron: “¿A qué te
refieres? Mi corazón está vacío, no siento el amor del que
hablas, no siento la paz que tú tienes”. Eso no es necesario.
Sólo imagínate que su mensaje de amor es posible y
descubrirás que es tuyo.
El mundo es precioso, es maravilloso. La vida resulta muy fácil
cuando haces del amor tu forma de vida. Es posible amar todo
el tiempo si uno elige hacerlo. Quizá no tengas una razón para
amar, pero si lo haces, verás que te proporciona una gran
felicidad. El amor en acción sólo genera felicidad. El amor te
traerá paz interior. Cambiará tu percepción de todas las cosas.
Puedes verlo todo con los ojos del amor. Puedes ser consciente
de que el amor te rodea por todas partes. Cuando vives de esta
manera, la bruma de tu mente se disipa. El mitote desaparece
para siempre. Esto es lo que los seres humanos hemos
buscado durante siglos. Durante miles de años hemos buscado
la felicidad, que es el paraíso perdido. Los seres humanos nos
hemos esforzado mucho por alcanzarla, y esto forma parte de la
evolución de la mente. Este es el futuro de la humanidad.
Esta forma de vida es posible y está en tus manos. Moisés la
llamó la Tierra Prometida, Buda la llamó el Nirvana, Jesús la
llamó el Cielo y los toltecas la llaman el Nuevo Sueño. Por
desgracia, tu identidad está mezclada con el sueño del planeta.
Todas tus creencias y tus acuerdos están ahí, en la bruma.
Sientes la presencia del parásito y crees que eres tú. Esto
dificulta tu liberación: dejar marchar al parásito y crear un
espacio para experimentar el amor. Estás vinculado al Juez y a
la Víctima. Sufrir hace que te sientas seguro porque es algo que
conoces a la perfección.
Pero, en realidad, no hay razón para sufrir. La única razón por la
que sufres es porque eliges hacerlo. Si examinas tu vida,
descubrirás muchas excusas para sufrir, pero no encontrarás
una buena razón para hacerlo. Lo mismo ocurre con la felicidad.
La única razón por la que eres feliz es porque eliges serlo. La
felicidad, igual que el sufrimiento, es una elección.
Tal vez no podamos escapar del destino del ser humano, pero
podemos elegir entre sufrir nuestro destino o disfrutar de él,
entre sufrir o amar y ser feliz, entre vivir en el infierno o vivir en
el cielo. Mi elección personal es vivir en el cielo. ¿Y la tuya?
Oraciones
Haz el favor de tomarte unos instantes para cerrar los ojos, abrir
tu corazón y sentir todo el amor que emana de él.
Quiero que repitas mis palabras en tu mente y en tu corazón, y
que sientas una conexión de amor muy fuerte. Juntos, vamos a
pronunciar una oración muy especial para experimentar la
comunión con nuestro Creador.
Dirige tu atención a tus pulmones como si sólo existiesen ellos.
Cuando tus pulmones se expendan, siente el placer de
satisfacer la mayor necesidad del cuerpo humano respirar.
Haz una inspiración profunda y siente el aire a medida que va
entrando en tus pulmones. Siente que no es otra cosa que
amor. Descubre la conexión que existe entre el aire y los
pulmones, una conexión de amor. Llena tus pulmones de aire
hasta que tu cuerpo sienta la necesidad de expulsarlo. Y
entonces, espira y siente de nuevo el placer, porque siempre
que satisfacemos una necesidad del cuerpo, sentimos placer.
Respirar nos proporciona un gran placer. Es lo único que
necesitamos para sentirnos siempre felices, para disfrutar de la
vida. Estar vivos es suficiente. Siente el placer de estar vivo, el
placer del sentimiento del amor...
Oración para la libertad
Creador del Universo, hoy te pedimos que compartas con
nosotros una fuerte comunión de amor. Sabemos que tu
verdadero nombre es Amor, que comulgar contigo significa
compartir tu misma vibración, tu misma frecuencia, porque tú
eres lo único que existe en el Universo.
Hoy te pedimos que nos ayudes a ser como tu, a amar la vida, a
ser vida, a ser amor. Ayúdanos a amar como tú, sin
condiciones, sin expectativas, sin obligaciones, sin juicios.
Ayúdanos a amarnos y aceptarnos a nosotros mismos sin
juzgarnos, porque cuando nos juzgamos, nos hallamos
culpables y necesitamos ser castigados.
Ayúdanos a amar todas tus creaciones de un modo
incondicional, en especial a los seres humanos, y sobre todo a
las personas que nos rodean: a nuestros familiares y a todos
aquellos que nos esforzamos tanto por amar. Porque cuando
los rechazamos, nos rechazamos a nosotros mismos, y cuando
nos rechazamos a nosotros mismos, te rechazamos a ti.
Ayúdanos a amar a los demás tal como son, sin condiciones.
Ayúdanos a aceptarlos como son, sin juzgarlos, porque si los
juzgamos, los encontramos culpables y sentimos la necesidad
de castigarlos.
Limpia hoy nuestro corazón de todo veneno emocional, libera
nuestra mente de todo juicio para que por vivir en una paz y un
amor absolutos.
Hoy es un día muy especial. Hoy abrimos nuestro corazón para
amar de nuevo y para decirnos los unos a los otros: “Te amo”,
sin ningún miedo, de verdad. Hoy nos ofrecemos a ti. Ven a
nosotros, utiliza nuestra voz, nuestros ojos, nuestras manos y
nuestro corazón para compartir la comunión del amor con todos.
Hoy, Creador, ayúdanos a ser como tu. Gracias por todo lo que
recibimos en el día de hoy, en especial por la libertad de ser
quienes realmente somos. Amén.
Oración para el amor
Vamos a compartir un bello sueño juntos: un sueño que querrás
tener siempre. En este sueño te encuentras en un precioso día
cálido y soleado. Oyes los pájaros, el viento y un pequeño río.
Te diriges hacia él; en su orilla hay un anciano que medita y ves
que, de su cabeza, emana una luz maravillosa de distintos
colores. Intentas no molestarle, pero él percibe tu presencia y
abre los ojos, que rebosan amor. Sonríe ampliamente. Le
preguntas qué hace para irradiar esa maravillosa luz, y si puede
enseñarte a hacerlo. Te contesta que hace muchos, muchos
años, él le hizo esa misma pregunta a su maestro.
El anciano empieza a explicarte su historia: “Mi maestro se abrió
el pecho, extrajo su corazón, y de él, tomó una preciosa llama.
Después, abrió mi pecho, sacó mi corazón y depositó esa
pequeña llama en su interior. Colocó mi corazón de nuevo en mi
pecho, y tan pronto como el corazón estuvo dentro de mí, sentí
un intenso amor, porque la llama que puso en él era su propio
amor.
“Esta llama creció en mi corazón y se convirtió en un gran fuego
que no quema, sino que purifica todo lo que toca. Este fuego
tocó todas las células de mi cuerpo y ellas me entregaron su
amor. Me volví uno con mi cuerpo y mi amor creció todavía
más. El fuego tocó todas las emociones de mi mente, que se
transformaron en un amor fuerte e intenso. Y me amé a mí
mismo de una forma absoluta e incondicional.
“Pero el fuego continuó ardiendo y sentí la necesidad de
compartir mi amor. Decidí poner un poco de él en cada árbol, y
los árboles me amaron y me hice uno con ellos, pero mi amor
no se detuvo, creció todavía más. Puse un poco de él en cada
flor, en la hierba y en la tierra, y ellas me amaron y nos hicimos
uno. Y mi amor continuó creciendo más y más para amar a
todos los animales del mundo. Ellos respondieron a él, me
amaron y nos hicimos uno. Pero mi amor continuó creciendo
más y más.
“Puse un poco de mi amor en cada cristal, en cada piedra, en el
polvo y en los metales, y me amaron y me hice uno con la tierra.
Y entonces decidí poner mi amor en el agua, en los océanos, en
los ríos, en la lluvia y en la nieve, y me amaron y nos hicimos
uno. Y mi amor siguió creciendo todavía más y más. Y decidí
entregar mi amor al aire, al viento. Sentí una fuerte comunión
con la tierra, con el viento, con los océanos, con la naturaleza, y
mi amor creció más y más.
“Volví la cabeza al cielo, al sol y a las estrellas y puse un poco
de mi amor en cada estrella, en la luna y en el sol, y me
amaron. Y me hice uno con la luna, el sol y las estrellas, y mi
amor continuó creciendo más y más. Y puse un poco de mi
amor en cada ser humano y me volví uno con toda la
humanidad. Dondequiera que voy, con quienquiera que me
encuentre, me veo en sus ojos, porque soy parte de todo,
porque amo”.
Y entonces el anciano abre su propio pecho, extrae su corazón
con la preciosa llama dentro y la coloca en tu corazón. Y ahora
esa llama crece en tu interior. Ahora eres uno con el viento, con
el agua, con las estrellas, con toda la naturaleza, con los
animales y con todos los seres humanos. Sientes el calor y la
luz que emana de la llama de tu corazón. De tu cabeza sale una
preciosa luz de colores que brilla. Estás radiante con el
resplandor del amor y rezas
Gracias, Creador del Universo, por el regalo de la vida que me
has dado. Gracias por proporcionarme todo lo que
verdaderamente he necesitado. Gracias por la oportunidad de
sentir este precioso cuerpo y esta maravillosa mente. Gracias
por vivir en mi interior con toco tu amor, con tu espíritu puro e
infinito, con tu luz cálida y radiante.
Gracias por utilizar mis palabras, mis ojos y mi corazón para
compartir tu amor dondequiera que voy. Te amo tal como eres,
y por ser tu creación, me amo a mí mismo tal como soy.
Ayúdame a conservar el amor y la paz en mi corazón y a hacer
de ese amor una nueva forma de vida, y haz que pueda vivir
amando el resto de mi existencia. Amén.
El doctor Miguel Ruiz es un maestro de la escuela tolteca de
tradición mística. Combina su mezcla única de conocimientos
en talleres, conferencias y viajes guiados a Teotihuacán, México.
En esta antigua ciudad de las pirámides, conocida por los
toltecas como el lugar en el que “el hombre se convierte en
Dios”, el doctor Miguel Ruiz sigue el proceso que los antiguos
profetas trazaron para guiar a los buscadores a través de sus
niveles ascendentes de conciencia.
Si desea recibir más información, puede ponerse en contacto
con:
THE SIXTH SUN FOUNDATION
1208 Turquoise Trail
Cerrillos, New Mexico 87010
Estados Unidos